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Ánxel Vence.

Crónicas galantes

Ánxel Vence

Los colores de los Óscar

Justo ahora que tienen un presidente negro -o mulato, para ser precisos-, los americanos se han liado con una de esas polémicas raciales que tanto les gustan. No hay actor alguno de color (salvo el blanco) entre los aspirantes a recibir este año un Óscar, circunstancia tal vez no casual que ha desatado un boicot a la ceremonia de entrega de los premios. Peliagudo asunto.

Retrucarán los más cafres que tampoco en los equipos de baloncesto USA suele haber muchos blancos que sepan meter bien la pelota: y no por ello ha sufrido la NBA un boicot del Ku Klux Klan. Son los gajes de echar cuentas basándose en el color de la piel, el origen étnico o el sexo de la gente.

Razones para la suspicacia no les faltan, sin embargo, a los cineastas negros y de otros colores que acusan a Hollywood de excederse en el blanqueo de los candidatos a llevarse un Óscar.

Sospechan los contestatarios que alguna relación guarda con ese detalle el hecho de que sean blancos el 93 por ciento de los 6.000 miembros de la Academia encargada de conceder los premios. Y no solo eso. Más de las tres cuartas partes de tan populoso jurado son hombres que ha ya han dejado atrás los sesenta años. Nada cuesta deducir que de un comité formado casi en exclusiva por blancos, varones, viejos y posiblemente reaccionarios por cuestión de edad no salga un solo negro entre los candidatos a ganar uno de esos premios de cine.

Abrumados por las protestas, los gerifaltes de Hollywood han anunciado ya cambios en la composición de la Academia con el propósito de que se duplique el número de mujeres y personas de color que la forman. Paradójicamente, la presidenta de la institución es Cheryl Boone Isaacs, una mujer negra.

Otros representantes de la farándula, como el actor Michael Caine o su colega Charlotte Rampling, temen que la polémica desemboque en el establecimiento de cuotas por razón de etnia o de sexo. Caine, que es blanco, británico, anciano y por tanto sospechoso, aboga por que se valore tan solo el arte del intérprete, sin que importen a efectos de mérito -o demérito- la raza o cualquier otra circunstancia accidental. Pero igual no le hacen caso.

Aun así, algo se ha avanzado desde el estreno de "El cantor de jazz", película que pasa por ser la primera hablada -y cantada- en la historia del cine. El protagonista, Al Jolson, era un judío de lo más blanco que se pintaba la cara de negro para cumplir con las exigencias del guion. Como si no hubiese actores de ese color que pudieran dar cuenta del encargo. Transcurrió casi un siglo desde entonces, pero se conoce que las circunstancias no han cambiado gran cosa.

Felizmente, ya son actores negros los que interpretan a los personajes de su misma raza, sin necesidad de que los pinten como solía hacerse aquí con el rey Baltasar de las cabalgatas de Reyes. El cine americano -es decir: el cine a secas- se ha librado de esa burda impostura, aunque no parece que haya sucedido lo mismo con la Academia que adjudica anualmente los premios de interpretación, dirección y demás ramas de la industria.

Casi un siglo después de Al Jolson, el blanco que tenía la piel negra, los jueces de Hollywood siguen en el empeño de blanquear las candidaturas de los Óscar. No es de extrañar que ahora las estén pasando negras con el boicot. Justicia poética, sin duda.

stylename="070_TXT_inf_01">anxelvence@gmail.com

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