Que el presidente de la Xunta de Galicia, Alberto Núñez Feijóo, anunciara en la sesión de control del pleno del Parlamento gallego que se realizará "un alto" en la tramitación de la Lei de acuicultura con la intención de reunir apoyos dentro del sector para poder avanzar en la tramitación es algo que se veía venir. La presión social ejercida en las últimas semanas solo acababa de empezar, y aún así fue tan intensa que no había otra salida más que la de amarrar este barco a puerto, ya que con tanta marejada en contra resulta muy arriesgado navegar.

Lo que sucede es que las vías de agua abiertas son tan importantes que quizás ni siquiera sirva con esperar a que amaine el temporal desde el abrigo de la dársena. La nave de la ley acuícola está demasiado dañada tras un par de meses a la deriva, de ahí que sus principales detractores ya no se conforme solo con dejarla amarrada, sino que reclaman que sea varada para siempre o, como mal menor, que se introduzca en un astillero durante un buen tiempo, a la espera de introducir las reformas y mejoras oportunas que garanticen su flotabilidad.

FARO DE VIGO ya defendió el domingo pasado, en su editorial, que es necesario empezar desde el principio, es decir, desde el diálogo y el consenso con las gentes del mar. Es fundamental evitar lo sucedido esta vez, cuando la tramitación de la ley se convirtió en uno de los mejores ejemplos de lo que no debe hacer un partido político.

La deficiente comunicación interna hizo que ni siquiera en el PP fueran capaces de apoyar y defender el anteproyecto, por eso en diferentes agrupaciones locales decidieron pedir su retirada y sumarse a los principales detractores del articulado y del propio partido.

Evidentemente, si ni siquiera los tripulantes de casa conocen el rumbo marcado y no entienden qué se busca con el cambio de timón, mucho menos iban a entenderlo aquellos a los que va dirigido, y que ante una novedad de semejante calado, capaz de alterar los sistemas tradicionales de cultivo y explotación en las rías, se sienten víctimas propiciatorias y se ponen a la defensiva.

Las voces en contra de la fallida ley de acuicultura fueron tantas, y tan fuertes , que apenas dejaron escuchar las de aquellos que están a favor del articulado, pues no cabe duda de que, a pesar de todo, el anteproyecto planteado por la Consellería do Mar encierra aspectos francamente positivos, capaces de garantizar el futuro y el desarrollo sostenible no solo a las rías gallegas, sino también a sus gentes.

Hay que insistir en que a pesar de ser un anteproyecto técnicamente complejo y que incluso puede requerir de estudiadas interpretaciones jurídicas, no es menos cierto que introduce artículos francamente aprovechables que, sin lugar a dudas, deben estar recogidos en cualquier ley que se elabore a medio o largo plazo.

Así pues, ahora toca quedarse con esos aspectos positivos, serenar los ánimos y empezar a pensar en clave de consenso, si bien es cierto que con elecciones a la vista no sería descabellado pensar que esta ley se puede quedarse en el dique seco un buen tiempo.

Pero sea cuál sea el momento de retomarla, porque hay que hacerlo, los dirigentes políticos tendrán que buscar el apoyo mayoritario de las gentes del mar, y a su vez, tanto los mariscadores como los bateeiros, tendrán que dejar a un lado los naufragios del pasado para empezar a pensar en un rumbo de futuro.