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Ánxel Vence.

Crónicas galantes

Ánxel Vence

Iglesias, el Trono y el Altar

Lo más notable del movimiento plurinacional acaudillado por el candidato a vicepresidente del Gobierno, Pablo Iglesias, es el afecto que su líder siente por el Rey y el Papa. Nada que ver con aquellos iconoclastas antañones que se pasaban el día urdiendo conjuras contra el Trono y el Altar.

Iglesias, que es un Lenin en versión setentera, parecía predestinado por su apellido a llevarse bien con la curia. A nadie o casi nadie extrañó, por tanto, que el jefe de Podemos gorjease tuits como saetas de Semana Santa en honor del Papa, cuando la visita de Francisco al Parlamento Europeo. "¡Bravo, Bergoglio!", escribió Iglesias en su cuenta de Twitter mientras el pontífice denunciaba ante la Cámara el "secuestro" de la democracia por "los poderes financieros". Solo le faltó llamarle Paco al compañero levemente peronista que dirige en Roma la Iglesia Católica.

Al Rey de España no ha llegado a lanzarle vivas ni bravos, pero no por eso dejó de dar muestras de su admiración por Felipe VI. Mientras los diputados de Izquierda Unida y otros rojos intransigentes se ausentaban del Parlamento de Estrasburgo durante la visita del monarca, Iglesias siguió con atención su discurso desde el escaño. Luego le regaló en los pasillos una colección de vídeos de "Juego de Tronos"; y aun alabaría en público la "inteligencia" de la Casa Real al cambiar las caras de la institución. Tanto es así, que animó a Felipe a someter su cargo a elección, en el convencimiento -nada desatinado- de que ganaría la consulta.

Contrasta esta actitud de Iglesias ante los poderes del Antiguo Régimen con la mucho más tradicional y anacrónica de Alberto Garzón, el joven líder de Izquierda Unida. Garzón, que es un comunista de la rama antigua, no puede competir con el socialismo de patente tropical y caraqueña que abandera el jefe de Podemos.

En vez de aceptar el glamur de los reyes como su colega y sin embargo enemigo, Garzón sigue diciendo aún cosas francamente demodés como "ciudadano Borbón" para referirse a Felipe VI. Y a pesar de las facilidades que le da Francisco con su continuo alegato a favor de los descamisados, no ha salido de la boca del líder de IU una sola palabra de elogio hacia el Papa. Le falta a Garzón un toque de puesta al día como el aggiornamento que hizo Juan XXIII dentro de la Iglesia o el que Iglesias ha llevado a cabo -sin cambiar nada de lo fundamenta- en el viejo y algo apolillado comunismo de toda la vida.

Por eso Izquierda Unida tiene solo dos diputados y Podemos, más de sesenta. La coalición IU, de la que proceden no pocos de los nuevos dirigentes antisistema, no supo hacer a tiempo su Concilio Vaticano II y, lógicamente, se ha quedado atrás. Le pasa un poco lo que a aquel cardenal Lefebvre que siguió aferrado al integrismo y a Trento cuando la Iglesia ya se había aplicado un revoque de fachada.

A diferencia de Garzón, el mérito de Iglesias ha sido descubrir las virtudes evangélicas de la tele y, a mayores, presentar el mismo producto de antes en un envoltorio mucho más atractivo.

Entre ese desenfadado colegueo con el rey y el Papa, y lo mucho que sale en la televisión, Iglesias está a punto de convertirse en vicepresidente de un gobierno al que muchos reputan de izquierda radical e incluso antisistema. Algo no encaja aquí, pero no me pregunten el qué. En situaciones como esta, lo mejor es consultar a los teólogos.

stylename="070_TXT_inf_01">anxelvence@gmail.com

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