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Ceferino de Blas.

Cine artesanal

Hollamos un paisaje cinematográfico. Por historia y porque es la tierra de Cesáreo González, cuyo nombre es sinónimo de cine, aunque habría que definirlo de polivalente. Como recoge el libro "El empresario del espectáculo: viaje al taller de cine, futbol y varietés del general Franco", de J.A. Durán, Cesáreo González fue, además de vigués, gentilicio que prima sobre el resto, empresario de éxito, mecenas de artistas, presidente del Celta, y como todo el mundo sabe, productor cinematográfico.

El creador de "Suevia Films" se sentía tan en deuda con su ciudad que la convirtió en la pasarela por donde desfilaron los mejores actores de la época dorada de la pantalla. Los traía desde Madrid a su pueblo a presentar las películas de las que eran protagonistas para solaz de los vigueses.

Porque sus paisanos amaban el cine. No en vano Vigo es la segunda ciudad gallega, y de las primeras de España, donde campa el nuevo invento, allá por 1897.

Desde los orígenes, la afición al cine pasó por diversas vicisitudes, con periodos de esplendor a los de decadencia, debido a la competencia de la televisión.

Lo refleja en un completo estudio Martín Curty. De aquellas salas suntuosas, que se abarrotaban, de los años diez a los setenta, no quedan más que el reformado García Barbón y el Fraga, este una reliquia imaginaria de lo que fue y no volverá a ser, y aquel un espléndido marco en el que las películas ya no tienen cabida.

Aunque el cine nunca perdió su lugar en Vigo, por más que en las últimas décadas haya sufrido una profunda transformación. La vieja pasión de multitudes se ha recluido en sectores minoritarios y las grandes taquillas son para las superproducciones. Ocurre en el fútbol. Cuando el Celta está arriba se llena Balaídos, pero cuando llegan los malos tiempos acuden los doce mil de siempre.

Que está viva la llama de la cinefilia se demostró con ocasión de la inesperada presencia de José Luís Guerín en Vigo, para introducir su obra "La Academia de las musas".

Una devota musitó agradecida, como si estuviera en el templo del Boulevard des Capucines cuando los Lumiere estrenaron su arte: "es un lujo para la ciudad tenerte entre nosotros".

Al margen de latrías entusiastas, lo cierto es que Guerín, con atavío a lo Cortázar, de gorra con visera y gabardina, impartió una lección de cine que ya quisieran haberla escuchado los alumnos de las Escuelas de Cinematografía .

A propósito de su cinta sobre "las musas", explicó los conceptos imprescindibles para imbricarse en el cine. El primero es el "movimiento", que contrasta con la banalidad de la imagen que multiplican las nuevas tecnologías. El segundo, el "asombro" que debe causar en el espectador cualquier filme, pero que debe percibir antes el director.

Guerín presume del cine artesanal frente al comercial, que se conoce por las cuantiosas inversiones y se exhibe en las grandes superficies, por lo general del extrarradio, a las que se ha mudado desde las salas céntricas, hace tiempo desaparecidas por la pérdida de espectadores y la revalorización de los solares.

La otra opción son los llamados multicines, las salas artesanales, de cinefórum, como los Cine Norte en Vigo y la sala Numax en Santiago. Una exquisitez para los amantes de las películas de autor, de esas obras que hacen pensar y debatir.

Son las películas que una aficionada resume en esta sencilla pero indefectible disyuntiva: "me la creo o no me la creo". En el primer caso, es digna de ser vista, en el segundo, puede desecharse.

Como excepción sobreviven en contadas ciudades esas pequeñas salas, donde se exhibe el cine alternativo, que no se proyecta en las comerciales. Cumplen tal función social que deberían ser protegidas como especies en peligro de extinción. Por el doble objetivo de la producción cinematográfica minoritaria, pero sobre todo de los buenos aficionados.

Películas que jamás se verían en Vigo si Antonio Vázquez, otro de los nombres que como Cesáreo González e Isaac Fraga son parte de la historia de la cinematografía gallega, no mantuviera sus salas.

Conviene recordarlo cuando estamos en el periodo álgido del cine, en vísperas del gran espectáculo de los premios Óscar, que arrastran al gran público, y de los Goya, y atravesamos tiempos de bonanza para la filmografía gallega, con películas bien valoradas y actores punteros.

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