Algunos sedicentes expertos aeroportuarios nos vienen dando la murga con Sá Carneiro: es el espejo en el que mirarse. El director de este aeropuerto, el rival más directo de Peinador, acaba de admitir que dan "incentivos" a todas las compañías. A todas. Pero, ojo, "no son subsidios". Viva la semántica. O sea, Oporto capta viajeros de Vigo y su área con dinero público. Y con resultados espectaculares: de 3,6 a 8,1 millones en una década.

En Seúl 1988 Ben Johnson asombró al mundo al correr los 100 metros en 9,79 segundos. Era el mejor, el ejemplo, el modelo. Lástima que ese toro canadiense se hubiese atiborrado de anabolizantes.

Sá Carneiro es una formidable terminal y su gestión supera a la de las gallegas, algo que no es muy difícil. Y les felicitamos. Y también nos beneficiamos de ello. Pero sepan ustedes que en su meteórica ascensión son claves los "incentivos", vamos que ponen pasta. Y mucha. Unos millones que logran el mismo efecto en las estadísticas de los aeropuertos que los anabolizantes en los atletas (bien lo saben Alvedro y Lavacolla). O sea, que en el asunto de los aviones, el dopaje, si se hace bien, no sólo está permitido, sino que encima te sacan a hombros.