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José Manuel Ponte

inventario de perplejidades

José Manuel Ponte

Sigue el vodevil catalán

El retorno de unos días de ocio me coge con el país agitado por la formación in extremis de un gobierno de clara orientación independentista en Cataluña. Hay quien opina que la situación podría derivar en tragedia pero, de momento, tiene (a mi modesto juicio, claro) perfiles claros de vodevil, un genero teatral que tuvo gran aceptación social en Estados Unidos y en Francia a finales del siglo XIX y primer tercio del siglo XX, justo hasta la Gran Depresión. El vodevil, del francés vaudeville, solía desarrollar una trama argumental de contenido eminentemente crítico servido por un estilo humorístico y ágil que propiciaba la sorpresa de los espectadores con continuas entradas y salidas de los personajes y frecuentes ocultaciones en armarios o tras unos cortinajes. En buena parte de los casos, se intercalaban números musicales. Y eso es justamente lo que ha venido sucediendo en Cataluña desde que se celebraron las últimas elecciones autonómicas, que estaban planteadas como un plebiscito por la independencia. El resultado otorgó casi un 48% de los votos al frente soberanista que formaban Convergència, Esquerra y la CUP. Un porcentaje insuficiente para justificar el inicio de un proceso de desconexión con España, pero sí bastante para formar una mayoría absoluta en el parlamento autonómico. El problema se planteó al negociar la jefatura del gobierno.

La CUP, una alianza de pequeños partidos de orientación anticapitalista, se negaba a votar a Artur Mas como presidente, por considerarlo la cabeza visible de la corrupción pujolista y de la política de recortes sociales que ha venido padeciendo buena parte de la población catalana. Las presiones sobre los diez diputados de la CUP se sucedieron durante los últimos meses y resultaron tan fuertes que acabaron por dividir en dos a la militancia. Tanto que, en una de las últimas asambleas de los anticapitalistas se dio el asombroso resultado de que 1.515 de ellos estuviesen a favor de rechazar a Mas y otra cantidad exactamente igual de compañeros de viaje en aceptarlo como presidente. La decisión pasó entonces de las asambleas a los miembros del consejo político y a los diputados electos pero el atasco continuó. Y cuando ya se daba por seguro que el agotamiento de los plazos legales para lograr la investidura obligarían a convocar nuevas elecciones en Cataluña, nos enteramos de la dimisión de Artur Mas, y de la propuesta de un nuevo candidato a sucederlo por parte de Convergéncia, Esquerra y la CUP, en la persona del alcalde de Girona, Carles Puigdemont, que es el conejo que sale de la chistera del mago en el último minuto. El apaño ha conseguido evitar la convocatoria de unas nuevas elecciones en las que seguramente se auguraban peores resultados para los partidarios del frente soberanista y pone el contador a cero en la confrontación entre la comunidad autónoma catalana y el estado del que todavía forma parte.

El problema surgirá cuando el nuevo gobierno de Barcelona pretenda dar un paso adelante que suponga una vulneración de la legalidad vigente. De momento, estamos todavía en la fase de las palabras y de los gestos. Como el que acaba de hacer el Rey al pedirle a la presidenta del parlamento catalán que le envíe por escrito la notificación del nombramiento de Puigdemont. Confiemos en que al menos lo reciba.

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