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Xabier Fole

el correo americano

Xabier Fole

Vodka, por favor

Antes de que finalizara el año 2015, una leyenda del rock, "Lemmy" Kilmister, líder de la banda Motörhead, fallecía a sus 70 años. Su muerte, como suele ocurrir en estos casos, generó la correspondiente recopilación periodística de las mejores reflexiones existenciales manifestadas por el mito musical a lo largo de su carrera. Los viejos rockeros nunca mueren. Por lo tanto, cuando nos abandonan, necesitamos saber por qué. En una de sus últimas entrevistas, concedida al periódico británico The Guardian, el bajista reconocía, por ejemplo, que no tuvo más remedio que realizar algunos cambios en el consumo de bebidas alcohólicas para asumir la eternidad. Con la intención de controlar la diabetes, Lemmy había dejado el whisky con Coca-Cola y se había pasado al vodka con zumo de naranja. Gesto loable, aunque poco útil, observado con estupor por su escéptico asistente, quien no veía demasiado progreso en el hecho de sustituir un brebaje cuyo contenido se basaba en la mezcla de un licor de 40 grados con una bebida azucarada por otro cóctel de idéntica combinación. "Aparentemente, soy indestructible", le dijo el músico al reportero. Bebedores del mundo pueden reconocerse de inmediato en la creativa representación del autoengaño elaborada por el artista.

La metáfora es aplicable también a los festejos de carácter lampedusiano que se produjeron a raíz de las elecciones generales. No se comprenden muy bien esos análisis que indican que los resultados electorales son un "claro" mensaje de "entiéndanse y pacten" mandado supuestamente por la ciudadanía. Se temía que la crisis del bipartidismo podría desembocar en alianzas ideológicas un tanto exóticas, pero el escenario postelectoral ha puesto encima de la mesa relaciones políticas tan imposibles (e imperdonables por el electorado) que ni las tradicionales ambiciones de poder permitirían su aplicación parlamentaria. En el amanecer de la España fragmentada, sin embargo, todos quieren su lugar bajo el sol. Ese es el problema de la italianización sin italianos: que no hay italianos sino españoles. Al vernos fascinados por la inclusión de otros ingredientes en la antigua sopa electoral, olvidamos que bajo las nuevas siglas subyacen las mismas (viejas) ideologías. Y con ellas los mismos rencores y desprecios. El cambio se nos presenta como inevitable, cuando, en realidad, lo único ciertamente irremediable, al menos por el momento, es la ingobernabilidad. Pablo Iglesias ya tiene su "Juego de tronos".

La cuestión principal, no obstante, es hasta qué punto la clase política está dispuesta -como está ocurriendo en Cataluña con el espectáculo asambleario de la CUP- a estirar la comedia nacional. Fantasear sobre coaliciones es un ejercicio especulativo demasiado arriesgado. Cualquier movimiento en falso realizado por un líder desorientado puede hacer que un partido entero se venga abajo en unas hipotéticas elecciones anticipadas. Mientras tanto, negociación. Mucha negociación. Tenemos representantes que se aferran a sus cargos y barones que se los quieren arrebatar, "líneas rojas" que cruzar a cambio de algo (puede que la presidencia), partidos que se muestran rehenes de pequeñas federaciones y alguna que otra investidura que votar a favor y en contra, dependiendo, claro, del momento y del lugar. Todo muy distinto, como ven. No sé si podremos soportar tanta transformación. Así las cosas, el país avanza sin estabilidad por este esperanzador 2016. No pasa nada. Estamos progresando. En vez de whisky, ahora bebemos vodka.

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