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Otra vez Portugal

Diez candidaturas han logrado reunir las más de 7.500 firmas necesarias para presentarse oficialmente a las elecciones presidenciales de Portugal, que se celebran a finales de enero. El país vecino parece condenado a un eterno retorno. Los antecedentes son luminosos y temibles. Agonizaba Franco en España, en medio de una calma tensa como se suele decir y, al tiempo, Portugal ardía hasta el punto de que el presidente del Gobierno Pinheiro de Azevedo decidió declararse en huelga y pedir a las Fuerzas Armadas que restableciesen unas condiciones mínimas para poder gobernar. Y efectivamente los militares se movieron.

Desde aquel abril de 1974 los uniformes mandaban y cuanto más a la izquierda, mejor. Capitaneaban el llamado PREC, el Processo Revolucionário em Curso, que recordaba mucho a la política de Salvador Allende en Chile: avanzar hacia el socialismo -o sea, el comunismo- desde planteamientos democráticos. A la revolución por las urnas. Portugal era objetivamente un caos. Las transiciones tienen esos inconvenientes. Los militares se movilizaron pero quizá no en el sentido exacto que esperaba Pinheiro de Azevedo. O sí.

El caso es que altos oficiales moderados dieron un golpe de Estado -un golpe de Estado moderado: menuda paradoja- y redujeron a los generales comunistas que eran quienes mandaban y estaban más preocupados por la elevada política que por figurar al frente de sus unidades de manera que la operación fue coser y cantar en contra de lo que se podría suponer. Ocurrió todo el 25 de noviembre, dos días antes de la coronación de Juan Carlos I.

El golpe militar fue apoyado por el Partido Socialista y el Partido Socialdemócrata. La Constitución de 1976 mantuvo los mantras revolucionarios como la necesidad de una transición al socialismo, mecanismos de democracia directa, nacionalización de la banca y de los sectores estratégicos y una profunda reforma agraria. Un consejo de la revolución, militar por supuesto, garantizaría que se cumpliesen esas disposiciones. Como las leyes que no tienen raíz consuetudiraria no se cumplen la Constitución, al menos en los apartados revolucionarios, fue papel mojado. A fin de cuentas, en sus mejores momentos, en la primavera de ese año, el Partido Comunista de Portugal había obtenido el 13 por ciento de los votos. Aquellas elecciones generales fueron determinantes, movilizaciones aparte. Y ahí está la historia, cuarenta otoños después, llamando de nuevo a la puerta con los inequívos golpes del destino. Ya saben, elecciones generales el 4 de octubre, forma gobierno Passos Coelho con solo 107 diputados de los 230 de la Cámara de representantes y, en un parpadeo, para casa, derribado por el Partido Socialista, el Bloco de Esquerda, el Partido Comunista, el ecologista PEV y el defensor de los animales PAN. El nuevo primer ministro, el socialista António Costa, no es Otelo Nuno Romão Saraiva de Carvalho y sus compañeros de la élite militar roja de hace cuatro décadas. Ni muchísimo menos.

Pero la guerra fría, que todo el mundo creía enterrada para siempre jamás, está reapareciendo bajo otras formas, claro, y algunas incógnitas, insospechadas hasta hace nada, empiezan a abrirse paso. Para finales de enero están previstas elecciones a la presidencia de la República. Aníbal Cavaco Silva no se presentará, agotados los dos mandatos según limita la Constitución. Más interrogantes. O menos, ya que un general de cuatro estrellas, Julio Rodríguez, que mandó nuestros ejércitos hasta el otro día, fue candidato por la extrema izquierda en las elecciones generales próximo pasadas.

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