Faro de Vigo

Faro de Vigo

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Ilustres

G. G. M. y los títulos

Hay autores que parecen disfrutar de un tino infalible a la hora de titular sus obras, de modo que, posteriormente, una legión de ávidos periodistas poco imaginativos recurre a esos títulos para bautizar sus artículos. Tiempo atrás sucedió con Orwell y su 1984, que tuvo éxito entre los escribas para referirse a una sociedad cada día más vigilada por los infinitos ojos ciegos del poder estatal. Asimismo Delibes tuvo fortuna: sustituyendo la palabra "ciprés" por otra o por un nombre propio numerosas situaciones o personas tenían una sombra alargada. Los cipreses, ya se sabe, además de tener la sombra alargada creen en Dios.

Lo cierto es que la infeliz reinterpretación de esos títulos parecía más una demostración palpable del escaso talento de algunos periodistas que un reconocimiento a las obras de los autores saqueados. Sin embargo pocos escritores han sido sobajados en la medida de Gabriel García Márquez, cuyos títulos eufónicos son un cebo inigualable para cientos, tal vez miles, de periodistas. El ejemplo más común, el que uno lee hasta el aburrimiento en los medios escritos, es el que juega impunemente con Crónica de una muerte anunciada: aquí el ingenio estriba en variar la palabra muerte (aunque a veces puede mantenerse en su literalidad) y se obtiene, de rondón, algo como crónica de un desahucio (anunciado) o de una destitución (anunciada) o de un nombramiento (anunciado) o de un seísmo (anunciado) o de lo que ustedes quieran poner que las variables son casi infinitas. Pero el colombiano ha sido expurgado sin contemplaciones.

El mismo juego que el título precedente lo da esa inigualable novela corta titulada El coronel no tiene quien le escriba: aquí se sustituye el grado militar por un nombre cualquiera que ocupe un cargo político o deportivo o de cualquier otra responsabilidad y, voilà, tenemos el hallazgo de un título para una noticia sin necesidad de estrujarse mucho los sesos y dándole además un pretendido barniz culto, por ejemplo, El alcalde no tiene quien le escriba. Uno empieza a sospechar que Gabo va a pasar a la historia de la literatura más que por el contenido de sus obras por el éxito de sus títulos, ya que asimismo El general en su laberinto fue expoliado por más de uno para, haciendo desaparecer de nuevo la graduación del militar, sustituirlo por un nombre propio. Mourinho en su laberinto, sin ir más lejos.

Por ese laberinto pasaron ya fulano y mengano y zutano y lo que le espera. Y otra de las obras de García Márquez, Noticia de un secuestro, ya ha sido más que utilizada aunque esta vez de forma literal o casi para narrar desapariciones de personas a este y al otro lado del Atlántico. Y no olvidemos su obra más conocida, Cien años de soledad: esta última palabra se reemplazó con frecuencia por otra para dar con singulares hallazgos como Cien años de sequía o Cien años de sueños o Cien años de prostitución. Y aunque otros títulos de obras literarias suelen tener éxito trasplantados al periodismo (En busca del tiempo perdido, Viaje al fondo de la noche, Por quién doblan las campanas), es sin duda García Márquez el más saqueado de los novelistas.

Realmente existen títulos eufónicos o brillantes conocidos por muchos lectores de prensa y su elección por parte del periodista establece un cierto vínculo de complicidad entre el que escribe y el que lee, ya que el primero suministra al segundo, de forma más o menos notoria, señales o indicios de por dónde puede transcurrir lo que va a encontrarse pero con frecuencia da la impresión de que es la pereza mental la que lleva al periodista a echar mano de esos títulos más o menos populares para inaugurar el reportaje o el artículo que va a destripar el lector.

Compartir el artículo

stats