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José Manuel Ponte

inventario de perplejidades

José Manuel Ponte

Dialogar a la fuerza

En mi tiempo del bachillerato era costumbre representar en el colegio una famosa obra de teatro de Molière titulada en francés "Le medecin malgré lui", que en España conocíamos mejor por "El médico a palos" gracias a una traducción muy atinada de Leandro Fernández de Moratín, uno de nuestros más conspicuos afrancesados. En aquellas representaciones, a cargo de los escolares con más afición al teatro (o con más desparpajo), los actores intentaban aparentar mucha mayor edad de la que realmente tenían disfrazándose con pelucas blancas, grandes bigotes y calvas de cartón, ademas de fingir cojeras que precisaban de la ayuda de bastones y muletas. Con demasiada frecuencia, y dado que estaban diseñadas para actores adultos, las pelucas, los grandes bigotes y las calvas de cartón, se torcían con cualquier movimiento brusco, y eso, a parte de la gracia propia del diálogo, daba ocasión a las risas del público.

La trama de esta pieza de Molière es conocida. Una mujer, cansada de los excesos de un marido tarambana y bebedor, aprovecha que unos criados llegan a su casa en busca de un médico para señalarles como tal a su propio esposo. Con la advertencia de que se trata de un sujeto excéntrico que no reconocerá ejercer esa profesión excepto si no lo muelen a palos. Los criados siguen las instrucciones al pie de la letra y el falso médico se ve obligado (malgré lui) a representar ese papel.

La enseñanza principal de la obra, entre otros aprovechamientos, es que la vida nos puede obligar, bien a palos, bien bajo otra clase de coacciones, a hacer cosas que no queremos, o a pasar por lo que no somos. A los escolares de aquella época nos gustaba la pieza teatral de Molière porque en primer lugar hacia alusión a las muchas imposiciones que padecíamos, y en segunda instancia a los muchos palos que nos daban si no cumplíamos con ellas.

Me viene este recuerdo a la memoria después de ver el complicado panorama de hipotéticas alianzas que han dejado las elecciones del 20 de diciembre pasado. Todos coinciden, desde representantes de los partidos a analistas políticos, en que hemos dejado atrás (momentáneamente, claro) el bipartidismo y estamos abiertos a una nueva etapa donde serán precisos el diálogo constante y la concordia. Y justamente en eso es donde veo yo la máxima dificultad. España es un país de intercambio de monólogos más que de diálogos. No hay nada mejor para comprobarlo que observar los comportamientos en una tertulia de café o en una de esas tertulias profesionales que ahora tanto abundan. Nadie escucha y todos tratan de imponer su criterio particular elevando su voz sobre la de los oponentes.

La tendencia hacia el autoritarismo conversacional tiene entre nosotros una larga trayectoria y veo muy complicado cambiar esa deriva por mucho que intentemos hacer de la necesidad virtud. Pese a todo, don Mariano Rajoy, al que hay que reconocerle un carácter tranquilo y perseverante, ha dicho que lo va a intentar. Mezclar en el mismo trato, una reforma constitucional, con las tentaciones secesionistas en Cataluña y las exigencias de más dolorosas reformas que imponen Bruselas y los mercados, mientras corren los plazos que impone la ley para formar gobierno, no es sencillo.

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