Faro de Vigo

Faro de Vigo

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

José Manuel Ponte

inventario de perplejidades

José Manuel Ponte

Historias sobre la lotería

Los que no jugamos a la lotería de Navidad, pasamos tranquilamente la mañana del día 22 en la seguridad de que la suerte no podrá alterar nuestra rutina diaria. Eso si, oímos por todas partes, la monótona cantinela de los niños de San Ildefonso mientras recitan con voz aguda los números que van saliendo del bombo. Una monotonía que solo se altera cuando se cantan los premios grandes. Entonces, el recitado de los niños adquiere cimas de excitación comparable con la de los orgasmos. Hasta que la autoridad competente certifica que el número salido de un bombo se corresponde con el premio salido del otro bombo, y que esa afortunada coincidencia ha hecho más ricos a un numero indeterminado de personas.

Inmediatamente (los avances de la informática permiten casi la instantaneidad) nos enteramos que el premio ha caído, en su mayor parte, en la administración de loterías de una determinada localidad y que está poco o muy repartido. Y poco después, aparecen en las pantallas de la televisión grupos de afortunados que celebran con abrazos bañados en cava que el cuerno de la abundancia (relativa en todo caso) se haya derramado sobre sus cabezas. Las escenas se repiten todos los años, y desde que yo tengo memoria de ello, no encuentro diferencias notables entre los sorteos de la dictadura y los sorteos de la democracia excepto en la rapidez con que se desarrolla el acontecimiento. A los periódicos de la dictadura llegaban desde Madrid por teletipo las listas del sorteo cogidas de oído. No eran excesivamente fiables y entonces se recurría a otros procedimientos para asegurarse la certeza.

Por ejemplo, en los periódicos se fiaba la recepción puntual de la lista a la habilidad de un conductor argentino más conocido en los ambientes deportivos como el Pibe. La vieja carretera entre Madrid y Oviedo estaba plagada de dificultades montañosas y por esas fechas solía estar helada y no en buenas condiciones en más de un tramo del recorrido. Pero el Pibe hacía el trayecto de ida y vuelta a mucha más velocidad de lo que permitía el reglamento de tráfico y entregaba a tiempo la lista en la redacción. Andando los años, un piloto aficionado a la aviación, que había sido presidente de un club de fútbol, se ofreció a hacer lo mismo que el Pibe, pero esta vez haciendo el recorrido desde el aire. Por alguna razón que ahora no puedo precisar, la iniciativa no cuajó. Al margen de todo ello, la fiabilidad y la independencia de las Loterías del Estado es una de las pocas cosas que en este país no está todavía en cuestión y hay que desear que con el nuevo mapa político se desvanezcan los intentos de privatizar el organismo.

En tiempos del Omnímodo, circuló la especie de que, de forma excepcional, se había, manipulado el sorteo para beneficiar con el premio Gordo de Navidad a un financiero amigo suyo que pasaba por graves problemas de liquidez. Sospechosamente, todos los décimos del número premiado los había comprado la misma persona y, sospechosamente también, esa misma persona residía en la ciudad donde yo ahora resido. Imagino que la verdad sobre aquella supuesta tropelía (como tantas otras de la época) continuará sin conocerse.

Compartir el artículo

stats