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EDITORIAL

Los electores reclaman entendimiento

El PP tiene la responsabilidad de formar gobierno y Rajoy anunció a medianoche, en su primera comparecencia tras los resultados, su intención de intentarlo. No será fácil y puede cocerse en su propia salsa si queda en soledad en el intento. El PSOE esconde sus cartas y espera a que los populares muevan ficha. Si Rajoy fracasa, el testigo pasará a Pedro Sánchez. Una de las grandes llaves la tiene Podemos. Pablo Iglesias conoce su fuerza. Por algo fue anoche el primero en hablar y comenzar la subasta colocando el listón muy alto. Lo que el país gana en representatividad puede perderlo en estabilidad. La suma del PP con Ciudadanos, en el supuesto de que un Rivera deprimido decida aliarse con los populares, es prácticamente idéntica a la del PSOE, Podemos e IU. Todo puede ocurrir en los próximos días. Incluso los independentistas catalanes con menos escaños tienen mayor influencia. Su palabra podría resultar decisiva para el futuro del país en el que no creen. Un panorama complicado y abierto.

Se miren como se miren los resultados, el mensaje es de una equidad tremenda. Los electores no quieren borrar lo viejo, pero tampoco encumbrar lo nuevo. Han castigado a la derecha, pero no han aupado a la izquierda. Están pidiendo a los partidos que hablen y se entiendan, pues no habrá otra forma de investir un presidente que con pactos, mucha cintura y generosidad.

La única mayoría absoluta segura, la que obtendrían sumados los diputados de PP y PSOE, al estilo de Alemania, parece imposible aquí por una cultura que entiende que apoyar al rival significa traicionar los principios propios. Las posibilidades del PSOE pasan fundamentalmente por atraer a Pablo Iglesias y sus socios regionales, para luego meter a otros minoritarios en danza. Ese apoyo, que a corto plazo puede propiciarle un éxito sin triunfar en las urnas, a la larga puede convertirse en su tumba porque el partido emergente lo acabe devorando.

El PP y el PSOE no pueden sentirse orgullosos. Su desplome ha sido brutal y continuará si no asumen el ánimo de regeneración profunda que expresa la sociedad. Lo sustancial de esa transformación no es la juventud o las caras renovadas, sino acabar con la corrupción, conseguir unas instituciones sólidas e independientes, una Administración eficaz sin enchufados, una economía competitiva y no de amiguetes y una educación de mérito, más empleo, igualdad y un reparto justo de las cargas. Ciudadanos, pese a irrumpir desde cero con un número respetable de parlamentarios, fracasó víctima de sus elevadísimas expectativas. IU quedó barrida.

En Galicia el tsunami es de similar magnitud al vivido en el resto de España, con la peculiaridad de que, además, aquí queda fuera del Congreso el BNG, el partido que durante las dos últimas décadas ha representado al nacionalismo gallego en Madrid. El batacazo del PP es similar al que han sufrido en el resto de España. De hecho han tenido el peor resultado de su historia en unas elecciones generales. Los populares caen en todas las provincias y pierden cinco diputados, pasando de quince a diez. Por primera vez consiguen menos representación que el resto de fuerzas de la oposición, que suman trece diputados en Madrid. El castigo es especialmente relevante en A Coruña, donde pierden dos, repartiéndose los tres restantes a tenor de uno por provincia. La fuga de votos a Ciudadanos es una de las explicaciones a la caída del PP, pero no la única, puesto que los populares han dejado por el camino 259.000 votos con respecto a las anteriores generales y la formación de Albert Rivera solo ha conseguido 147.900 sufragios, lo que les ha valido para sacar un único diputado, por A Coruña.

Con todo, la gran sorpresa es la irrupción de las Mareas (En Marea, Anova-EU) en el Parlamento nacional con seis diputados, los mismos que el PSdeG, pero superando en voto a los socialistas en tres puntos, 60.000 sufragios más. Es decir, que lo que explosionó en las municipales cuando consiguieron alcaldías como las de A Coruña, Santiago o Ferrol se ha consolidado ahora. Su presencia es especialmente relevante en las dos provincias atlánticas, aunque han logrado también un diputado en Lugo y otro en Ourense. En Vigo han sido la fuerza más votada y en A Coruña, la segunda, a un puñado de votos del PP. Uno de cada cuatro gallegos han votado a Marea.

Que el PSdeG no haya perdido ningún diputado es un resultado que puede inducir a error. Porque sí han perdido votos, y muchos, exactamente 109.600. De hecho han pasado a ser la tercera fuerza, por detrás de las Mareas, con las que empatan a diputados, lo cual quiere decir que los gallegos no visualizan ya a los socialistas como la alternancia natural a los populares. El 20-D ha supuesto, así pues, un cambio relevante en Galicia con la vista puesta en las elecciones autonómicas del próximo año en la que el PP se juega su mayoría absoluta sin que tampoco esté clara la alternativa.

Lo de menos es el gobierno que al final quede constituido. Lo de más, que gobierne bien. Quedan días por delante en los que los líderes tendrán que exhibir altura de miras. Se juegan mucho, porque los electores están ensayando escenarios distintos.

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