El perínclito presidente venezolano, Sr. Maduro, que no parece alcanzar la madurez política, acaba de protagonizar otra astracanada digna de un sainete de Arniches, al mofarse pública y casi puerilmente de nuestro presidente, Sr. Rajoy. Y aunque no ofende quien quiere, sino quien puede, llueve sobre mojado porque recientemente ya había cometido otra intolerable incorrección con el expresidente Felipe González, impidiéndole visitar al líder de la oposición, Leopoldo López, cuando acudió al país bolivariano para asesorar a la defensa de los políticos opositores al régimen; contraviniendo el señor Maduro de modo flagrante los más elementales principios de ética política y respeto institucional entre naciones.

Cualquier boutade puede esperarse de quién dice seguir las directrices que le llegan de ultratumba a través de un pajarito; tal vez un chorlito... Pero no es para tomarlo a broma, porque cuando se ofende a los presidentes de los dos principales partidos políticos españoles, se está insultando a la mayoría de la ciudadanía de España y, por ello, no sé si podemos, pero sí que debemos manifestar una unánime repulsa.

De ahí que el Sr. Zapatero, también expresidente español, debiera haber rehusado la invitación a asistir con controlador externo de las últimas elecciones del país suramericano. Por cierto, era un control un tanto sesgado, puesto que se limitaba a invitados por el Gobierno y con exclusión de cualquier otro origen.

El viaje del Sr. Zapatero supone, en primer lugar, un desprecio a su correligionario Felipe González y, después, a Mariano Rajoy, con la circunstancia agravante de mantener una cordial entrevista privada con el descortés mandatario venezolano. Encuentro que, por otro lado, no parece muy ortodoxo al celebrarse entre el controlado y el controlador.

No, Sr. Zapatero, eso no se hace y merece usted un rotundo cero, aunque no se le pueda negar su congruencia con actitudes anteriores, como cuando el Sr. Chavez insultaba al presidente Aznar, su reproche -que lo hubo- fue más bien tímido y tuvo que ser nuestro Rey, Juan Carlos I, el que alzase la voz para decirle que se callase; mientras Vd. sonreía enigmática y ridículamente, si bien no tan ampliamente como cuando anunciaba nuestra militancia en la Champions League del sistema financiero, cuyo naufragio no tardó en acaecer.

Por si este cero no llegase, me permito recordar los que ya había merecido durante su presidencia de la legislatura; liderando la pérdida de empleo, el déficit público, las concesiones a Cataluña que ahora nos atormentan, la desconfianza internacional que elevó a cotas estratosféricas la prima de riesgo, y un largo etc. del que emulando a Cervantes, no quiero acordarme.

Digamos finalmente que su presencia en Venezuela no parece haber sido un talismán para Maduro, porque los resultados electorales le dejan tremendamente debilitado. Se abren, al contrario, nuevas esperanzas para el pueblo hermano; algo que a la mayoría de los españoles, a los que amamos la democracia, nos satisface. Aunque tal vez, si es verdad lo que se afirma, habrá la excepción de aquellos a quienes el Gobierno de Maduro abastece su monedero.