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José Manuel Ponte

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José Manuel Ponte

El "suave encanto" de Ourense

A la vuelta de un viaje a Madrid discuto con un amigo que me acompaña sobre el itinerario más conveniente para acceder al sur de la comunidad gallega. No tenemos, ni él ni yo, demasiada prisa, los días son cortos de luz, y ya no estamos para largas cabalgadas, por lo que no se descarta pernoctar en el camino. Sobre el mapa de carreteras hay dos alternativas interesantes. Una incluye internarse en el vecino Portugal para llegar a Guimaraes o Braga, y la otra, rinde viaje en Ourense.

Decidimos aplazar la decisión hasta Zamora donde nos detuvimos para almorzar. En la ciudad castellana hace un frío que pela incluso en las calles donde entra el sol y al poco de bajar del coche nos metemos en el horno de asar de Casa Mariano a escasos metros de donde reinó tantos años la famosa Casa París, que cerró recientemente por motivos que nadie nos supo explicar. Mientras damos cuenta de unas chuletillas de lechazo toma ventaja la opción por Ourense. La ruta portuguesa se adivina más problemática y enrevesada por la región de Tras os Montes, y un domingo por la noche parece más animada la perspectiva de la alegre ciudad miñota que la de la muy austera sede episcopal bracarense. Con el recuerdo de Bellido Dolfos uno de los traidores más famosos de nuestra historia (pero no el único) ponemos rumbo a las portillas de la Canda y del Padornelo, esos dos pasos montañosos que antes se solían cerrar al tráfico a poco que nevase. Conducir contra el sol declinante es un ejercicio muy fatigoso.

En algunos tramos el deslumbramiento hace perder los contornos de la carretera y optamos por parar en una especie de paraíso para camioneros (gasolinera, hotel, restaurante, cafetería, tienda de regalos, gigantescas pantallas de televisión, servicios con ducha, etc.) a la espera de que el crepúsculo fuera más benigno. Cuando llegamos a Ourense, la noche se había apoderado totalmente del paisaje. Nos alojamos en un hotel del centro y salimos a pasear. Las calles comerciales estaban abarrotadas y los establecimientos hosteleros del casco viejo a reventar, incluidas las heladerías. Ourense, ya lo he dicho en otra ocasión, es la ciudad gallega de estilo más italiano. Es algo natural, los gallegos de Ourense llevan en la sangre el mismo gusto por las cosas que acreditaron sus lejanos ancestros. Es decir, la moda, el vino, las termas, las carreras (antes de cuadrigas y ahora de automóviles), la literatura, el teatro y especialmente la intriga política donde son maestros. Ahí están para confirmarlo los modistos Adolfo Domínguez, Roberto Verino y Purificación García; Emilio Rojo y las decenas de buenos cultivadores de la vida; el automovilista Estanislao Reverter y el industrial Eduardo Barreiros; escritores como Otero Pedrayo, Méndez Ferrín y tantos otros. ¿Y qué decir, en el último de los apartados, de Eulogio Franqueira en el reciente pasado y de la saga de los Baltar?Todo respira a Roma en Ourense y para celebrarlo nos tomamos una ración de anguilas fritas, un plato, oh casualidad, que también gustaba a los romanos. Otero Pedrayo, que tenía una adjetivación medida y erudita, describió las noches del invierno ourensano como "húmedas y de suave encanto". Y así las disfrutamos nosotros.

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