Aún no se ha publicado una sola encuesta que nos muestre con algún rigor lo que piensan los españoles sobre el debate televisado del lunes. Pero se ha ido estableciendo la idea de que Pablo Iglesias fue el que mejor estuvo, y Pedro Sánchez, el que salió peor parado. Esto es obra de la conocida como "opinión publicada" y ha tenido consecuencias. El líder socialista se ha visto convertido en el blanco de un ataque iniciado a la vez por los candidatos de los tres partidos presentes en el debate. Pablo Iglesias, directamente, lo ha puesto fuera de la carrera hacia La Moncloa. Albert Rivera le augura una larga y penosa convalecencia tras las votaciones y Rajoy, más contenido, le ha recomendado con irónico paternalismo que, habiendo quedado sin opciones, lo mejor es que se centre en reorganizar el partido. La ofensiva cesará pronto porque los estrategas de estos partidos saben que una larga acometida podría despertar el amor propio de muchos votantes socialistas atribulados con su voto al ver al partido en el que un día depositaron su confianza derrotado y humillado. El candidato socialista ha repelido el ataque abrazándose a las siglas y reafirmando su aspiración a la victoria, pero es de interés preguntarse por qué los tres candidatos han arremetido de forma simultánea contra su adversario, que no ha gobernado, y por tanto no es el que debe rendir cuentas de una gestión, ni es el favorito en la contienda electoral.

Para explicar un hecho tan sorprendente, insólito en la reciente historia electoral de España, se me ocurre apuntar varias razones. La primera es circunstancial y de menor importancia. El PSOE ha sido el partido más expuesto a las andanadas de Podemos y Ciudadanos contra el tándem del denostado bipartidismo. El aspirante socialista ha mantenido con sus contrincantes dos debates de máxima audiencia, en ausencia del candidato del PP, y en ambos ha tenido que encajar en solitario las críticas que iban dirigidas también al partido del gobierno. Esto ha perjudicado al PSOE en ambos debates y sus rivales se han cebado con él para rebajar aún más sus expectativas.

Pero hay una razón más de fondo y de mayor trascendencia. El PSOE ocupa en la política española un espacio que quieren ocupar o repartirse Podemos y Ciudadanos. El margen de crecimiento electoral de estos partidos se reduce casi al segmento de los votantes de centroizquierda más dubitativos. Podemos es el mayor desafío al que se ha enfrentado el PSOE en su espacio político natural. No solo cuestiona su liderazgo ideológico en la izquierda, sino que disputa su hegemonía electoral con fuerza suficiente, al menos en este preciso momento, para derrotarlo. Este es, en verdad, el objetivo de la remontada a la que se refiere estos días Pablo Iglesias. Los estrategas socialistas han priorizado la protección de su flanco izquierdo y, mientras, se ha abierto una fuga importante de su voto moderado hacia Ciudadanos. El heterogéneo voto socialista, por su cultura política, es el más deseado por los nuevos partidos. Podemos quiere sumar a sus filas al votante socialista firmemente de izquierdas y Ciudadanos intenta seducir a los votantes del PSOE que no son marcadamente socialistas. No se olvide que estos partidos dibujan en el horizonte un mapa político completamente distinto del actual, donde el PSOE representa un estorbo para ellos.

La campaña está desarrollándose de forma adversa para el candidato socialista. De seguir así, podría llegar a la recta final con escasas posibilidades y teniendo que jugarse todo a la desesperada. Pero no será únicamente por el acoso al que le han sometido sus rivales, sino también por los errores propios. El PSOE se propone para liderar el cambio y en vez de demostrar que es el partido del futuro pone el empeño en hacer pedagogía de la gestión de los gobiernos socialistas e invita a recordar un pasado, las legislaturas de Zapatero, controvertido. No es éste el esfuerzo que los votantes están dispuestos a reconocer en esta ocasión. No hablamos de lo que fue cada cuál, esa conversación ha tenido y tendrá su momento, sino de lo que queremos ser. La llamada al voto útil puede resultar totalmente ineficaz en estas elecciones, en las que los partidos emergentes van imponiendo poco a poco su agenda, domina la sensación de que es inevitable que algo cambie y los votantes se aprestan a celebrar la oportunidad de emitir un voto prospectivo, menos cauto e inercial que de costumbre.

Con todo, siempre es prematuro descartar al PSOE, por mermadas que estén sus fuerzas, y una frivolidad ignorarlo. Quizá los ataques recibidos y sus errores lo hayan alejado de la victoria, pero es difícil imaginar los pactos necesarios en la política española de los próximos años sin el partido que más los ha practicado a derecha e izquierda y que mejor situado está para alcanzarlos. Aún queda la semana verdaderamente decisiva de la campaña electoral.