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José Manuel Ponte

inventario de perplejidades

José Manuel Ponte

Para espía, James Mason

A los niños que vimos muchas -y buenas- películas de espías ambientadas en el Berlín dividido de la guerra fría nos intrigaba saber si, transcurridos tantos años, derribado el muro y desaparecida la Unión Soviética, el cine norteamericano sería capaz de alejarse definitivamente de los esquemas propagandísticos de aquella época. Y esa es la razón que nos animó a muchos de aquellos niños a ver El puente de los espías, una película de Spielberg que acaba de estrenarse en España con bastantes buenas críticas.

Si no hubiésemos vivido aquel tiempo, y visto aquellas magníficas películas de espías, quizás esta nos hubiera gustado. El trabajo de los actores es bueno, sobre todo del que encarna al espía soviético (un hombre tranquilo que nunca pierde los nervios, pinta cuadros y gusta de la música de Shostakovich), y la recreación de los escenarios urbanos y de la vestimenta de finales de los cuarenta y principios de los cincuenta de casi perfecta factura. Y lo mismo cabe decir de la forma en que se refleja el ambiente social de histerismo antisoviético (el antiguo aliado convertido en principal enemigo) y el miedo a un ataque nuclear inminente que sirvió de pretexto para un aumento demencial de la industria y al predominio del Pentágono en la estratégica de la política norteamericana. Además, claro, de favorecer la construcción de miles de refugios nucleares domésticos. Sobraban en cambio los trazos siniestros con los que se dibuja a todos los personajes del área comunista, gente brutal y pésimamente vestida, excepción hecha de los inmorales intermediarios que navegaban entre dos aguas.

Y era inevitable que el héroe de la película sea un civil (en este caso un abogado especializado en seguros) que lucha en solitario contra los intereses políticos y el ambiente hostil de la calle y de la opinión publica que no entiende la defensa de un enemigo que no merece otra cosa que la pena de muerte. ¿Cuantas veces no habremos asistido a la glorificación del individuo honesto y comprometido con las buenas causas en muchas de las mejores películas norteamericanas? En unos casos, era un cowboy que evita que cuelguen sin juicio a un supuesto cuatrero; en otros, un jefe local de la policía que se opone al linchamiento de un supuesto incendiario. O un abogado de pueblo que se ofrece a defender a un negro acusado falsamente de violación. Y en todos ellos acaban por triunfar (al menos, en las películas) los valores del individualismo imbuido de una ética compasiva frente al reaccionarismo de unas masas embrutecidas por un deseo primario de venganza y de unas elites que solo buscan poder y dinero.

Por todas esas razones, a los niños que vimos muchas -y buenas- películas de espías, la obra de Spielberg nos resultó, a ratos, un poco larga y reiterativa, pese a que el guión es de los hermanos Coen. Y bastante previsible en su desarrollo que culmina con el canje del agente soviético por el piloto del avión espía norteamericano y un tontiloco estudiante que pasaba por allí. Sin desmerecer a Tom Hanks, ¡que diferencia con las geniales interpretaciones de espías que hizo James Mason en Operación Ciceron de Mankiewicz (1952), en Se entromete un hombre de Carol Reed (1953) o Con la muerte en los talones de Hichtcock (1959)!

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