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Mis encuentros en el tren

Bien sentado, me encanta el tren. Al ex presidente del Instituto de Estudios Vigueses, J.A. Martín Curty también, pero para aislarse y escribir. Un poco locos están estos arquitectos. En los dos últimos viajes coincidimos en el mismo vagón número 12, él viajando a Madrid y yo a tierras del Tormes y en ambas ocasiones hallé al expresidente del Instituto de Estudios Vigueses enfrascado ante su ordenador entre fotocopias de periódicos, escribiendo sobre la prensa de Vigo ante la II Guerra Mundial, libro que saldrá en breve tras publicar el primero el historiador Antonio Giráldez sobre la colonia alemana en Vigo durante esta contienda. Tan abstraído estaba que no se levantó ni para aliviar su vejiga en toda la mañana, lo que demuestra dos cosas: una, el buen estado de su próstata.Otra, que es verdad lo que me había dicho antes en la estación: el tren era el único lugar en que podía trabajar sin molestias, lejos del estudio y de su casa, sin teléfonos ni quejas urbanísticas.

Pepe Bordallo "on the rocks"

En el bar del tren me encontré con el incombustible e intransferible músico Pepe Bordallo, más conocido en Vigo que la misma Chelito y muy recordado por los que le conocisteis tocando en los Diávolos en la movida de los años 60, que por cierto ya debéis de ser todos sexingtones (antes se decía sesentones). Pepe, tan cordial como siempre, me contó que iba a ver a Madrid a una hija y me dejó como un poseso cuando el tren hizo una de sus pocas paradas y todos los fumadores salieron corriendo hacia las puertas a meterse un chute nicotínico. Bordallo, que parece haber hallado en la vida y en el amor un aceptable estado de felicidad, me hablaba de aquellos años suyos fuera de Vigo tocando con diversas formaciones y, de súbito, desapareció como un rayo a echar el pitillo. ¡Voy a por humo!, me dijo. Y ya no lo vi más.

Un encuentro ante el Tormes

Yo entré con una rubia en "La Flor del Tiempo", un bar del corazón de Salamanca en el que probé una tapa con no sé qué setas no alucinógenas. Charo, la bella mesonera, me hablaba de su afición a coger setas en el monte pero también "pamplinas" en remansos de los ríos, con las que según ella se hacen las más ricas ensaladas. "¿Pamplinas? ¿Qué diantre es eso?", le preguntaba yo y, de pronto, habló un apuesto invidente que estaba en la esquina de la barra. "¿De quién es esa voz gallega que tanto me suena?", le oí decir. Me presenté y comprobé que el ciego había conocido por la voz lo que yo no reconocí con la vista. "¡Fernando ¿no te acuerdas las noches que hemos coincidido en aquellos locos 80?", me dijo mientras me tendía la mano. Claro, era Augusto Ledesma, entonces joven y sociabilísimo director de la ONCE en Vigo, ahora hostelero en Salamanca. Pequeño que es el mundo.

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