Nuestra política es variedad, por eso los políticos prefieren a los entertainers a los periodistas para confesarse. Al igual que antes lo había hecho Pedro Sánchez, Mariano Rajoy Brey pasó por el diván de Bertín Osborne, pero con una botella de albariño.

¿Quieren saber quién ganó? Por resumirlo de alguna manera, las líneas que separan a uno del otro son difusas. El examen de la cordialidad, los hijos, la mujer y demás familia dan un empate a los puntos. La pretendida humanización de los candidatos es, por otro lado, una excusa banal para alejarlos del verdadero compromiso de explicarse con claridad sobre lo que realmente tienen pensado hacer en el caso de ser elegidos, pero también una respuesta inequívoca a lo que, en cierta medida, el público televidente aspira a saber de ellos, que no es seguramente lo que necesita para emitir un juicio ponderado pero sí con lo que se conforma. Al pueblo no se le puede pedir lo que no se le reclama a los líderes. Del mismo modo que a los representantes del pueblo soberano es inútil reclamarles lo que éste no está dispuesto a exigir. De manera que el espectáculo se representa en función de los gustos.

"Oye...", en un tono despojado de arrogancia y hasta convincente, el presidente del Gobierno tradujo su experiencia en la Moncloa en una palabra que reiteró: dificultad. "Es muy difícil" o "es muy complicado" sirven para describir una legislatura cargada de secuencias inhóspitas y algún que otro "match ball", como el del rescate por parte de la UE que Rajoy recordó con evidente amargura. Todos los días hay líos pero no como aquellos.

El mensaje del presidente en funciones del Gobierno es "se hace lo que se puede" seguido de, ¡ojo!, otros puede que ni siquiera lo hagan. En ese sentido hubo una mayor condensación política en las palabras de Rajoy que en el discurso desenfadado de su adversario y jefe de la oposición, el socialista Pedro Sánchez. En un programa de entretenimiento que brinda al invitado la posibilidad de arrellanarse en el sofá de una casa y de compartir una empanada y unos mejillones con el anfitrión, la posibilidad de resumir lo que se ha hecho o intentado es bastante más clara que la de suscitar lo que se podría hacer. Esto último ni se contempla, porque el menú solo incluye el pasado.

Rajoy tuvo más speech político que Sánchez en casa de Bertín. Incluso se atrevió a decir, exponiéndose a cualquier interpretación aviesa sobre el 20-D, que los españoles siempre aciertan en las decisiones importantes. Por ejemplo, cuando eligieron a Adolfo Suárez, algo que el actual presidente, entonces en Alianza Popular, ya presuponía. O cuando, como admitió, en 1982 ganó por mayoría Felipe González, al que, por cierto, el candidato del PP ha aprendido con los años a respetar.

Si hay una cosa que no se sabía de Rajoy, aunque se intuía, y ha quedado cristalina en la conversación a domicilio de RTVE es su relativización de la disputa política. Empezando porque, "oye", el presidente respeta a Felipe, se lleva estupendamente con Zapatero, y la guerra que aparentemente le perturba ha estallado en casa con Esperanza Aguirre, con quien ha tenido "sus cosas", o con Aznar, de quien parte en estos momentos la batalla interna que podría arrojar un balance incalculable de víctimas después de las legislativas.

El candidato del Partido Popular es el hombre tranquilo. Decirlo, como es natural, no significa descubrir la pólvora. Probablemente, la empanada, el albariño, el sillón y la vaguedad le sienten en estos momentos mejor que al resto de los aspirantes menos proclives a relativizar partiendo del sentido común. ¿Es una pose? Sí, seguramente es una pose que potencia el talante, la forma de conducirse, esa galleguidad que establece la temperatura media para servir el pulpo a feira, o el convencimiento de que en esta vida un jefe de gobierno no puede hacer todo lo que a veces se requiere de él, por supuesto subirse a un helicóptero. Rajoy podría haber suscrito las palabras de Scott Fitzgerald "mostradme un héroe y os enseñaré una tragedia". Se presenta como un candidato de lo posible e incluso cuando habla de acabar con la corrupción en su partido, cualquiera, asentado en el juicio que él mismo destila, pensaría que eso resultará difícil. Por no decir, complicadísimo.

Ser candidato de lo posible no es lo mismo que tener todas las posibilidades de presidir el próximo gobierno de la nación. A Bertín le confesó que ser presidente es "la pera" y que él quería seguir siéndolo. No lo recalcó con el entusiasmo de los aspirantes, porque la exaltación es para Rajoy un esfuerzo sobreañadido a su temperamento "pulpo a feira" que no está dispuesto a asumir de ninguna de las maneras. Lo que tenga que ocurrir, ocurrirá. Del mismo modo que el destino le deparó inopinadamente el primer encuentro en la Casa Blanca, tras haber coincidido por casualidad con Obama en el gimnasio de un hotel sudafricano durante los funerales por Mandela. La vida, oye.

El mejor momento de "En la tuya o en la mía", un publirreportaje de la televisión pública con cargo al contribuyente, vino del entrevistado cuando le preguntó al entrevistador si realmente le parecía tan aburrido. O cuando quiso saber quién le caía mejor si él o Pedro Sánchez, y Bertín Osborne respondió que había recibido del candidato socialista una buena impresión cuando no esperaba tanto, mientras que en su caso la sorpresa no existía porque ya sabía lo que podría suceder. Todo ello después de ganarle la partida al futbolín.