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José Manuel Ponte

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José Manuel Ponte

Clima y poder financiero

Nadie niega ya la evidencia del cambio climático provocado en buena medida por la acción del hombre. Ni tampoco sus efectos catastróficos si continúa en aumento el calentamiento global (2015 va a ser con toda seguridad el año más cálido desde que existen registros). El cambio de actitud supone una novedad importante porque hasta hace muy poco gran parte de los gobiernos y de los medios de comunicación tomaban a broma esa posibilidad cuando no ocultaban los datos que proporcionaban los científicos.

Al respecto, la periodista norteamericana Elizabeth Kolbert nos cuenta en su libro La catástrofe que viene, que durante el gobierno de George Bush junior la Casa Blanca ordenó la censura de algunos informes comprometedores de la NASA sobre ese asunto, y que el propio presidente sostenía la opinión de que muchos de los profetas del apocalipsis climático eran unos impostores. De hecho, Bush llegó a reunirse con el escritor de ciencia ficción Michael Crichton, autor de una novela (Estado de pánico) en la que se retrataba el cambio climático como una ficción inventada por los medioambientalistas, y se manifestó de completo acuerdo con esa tesis. Pero Bush no estaba solo a la hora de defender esa postura. Aquí, en España, tuvimos el caso de un conocido locutor de radio que, al dar noticia de las temperaturas en diversos lugares del país, aprovechaba la ocasión para burlarse de los ecologistas. En invierno, daba por absolutamente normal que hiciera frío en Teruel, en Soria, en Zamora o en Burgos y lloviese en Galicia y en verano que se achicharrasen de calor en Andalucía, Extremadura o en el Este peninsular. "Todo normal, ¿qué cambio climático es ese?", comentaba en son de burla.

Las críticas a los ecologistas y a los sabios chiflados fueron constantes durante estos últimos años, y se les tenía como unos radicales subversivos que solo querían alarmar a la buena gente que disfrutaba de las ventajas de una sociedad consumista en permanente desarrollo. Y, en consecuencia, se les trató como tales. Unas veces a porrazos, multas y detenciones, y otras, de forma más violenta, como sucedió con aquellos activistas de Greenpeace que fueron asesinados por los servicios secretos franceses cuando protestaban contra unas pruebas nucleares en el Pacífico.

El problema de fondo del cambio climático es que obliga, para contenerlo (si eso fuera todavía posible), a un cambio en el modelo político y económico que supone una alteración profunda de las estructuras del poder actual. Nos lo explica muy bien don Javier Solana, uno de los altos funcionarios del sistema, en un reciente artículo. "Las discusiones ya no solo están centradas en los riesgos asociados al cambio climático; ahora hemos pasado a estudiar los beneficios económicos que supone la transición a una economía de bajas emisiones de carbono". Un cambio que no está exento de dificultades. Y pone don Javier el ejemplo de los enormes activos financieros en combustibles fósiles que podrían evaporarse en caso de una depreciación brutal en Bolsa y por tanto dejar de ser empleados en la transición a esa economía baja en carbono. En definitiva, hay que preservar la actual estructura de poder cueste lo que cueste. Incluso poniendo en riesgo la supervivencia de la especie.

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