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Joaquín Rábago.

Cifras tramposas

Conviene no dejarse embaucar por las palabras, las estadísticas y las cifras que saldrán durante dos semanas de la cumbre contra el cambio climático que se celebra en la capital francesa porque pueden resultar en muchos casos engañosas.

Se ha celebrado como un gran triunfo el que, a diferencia de lo ocurrido en cumbres anteriores, la mayoría de los países participantes en la de París se hayan comprometido a cumplir los objetivos de reducción de emisiones que han presentado.

Se trata de lo que llaman en esa jerga inglesa empleada para este tipo de reuniones "intended nationally determined contributions" (INDCs), es decir, contribuciones a las que aspira cada país participante y que éste ha determinado por su cuenta sin que se trate de ninguna imposición.

Algunos de los países o regiones que más contaminan como Estados Unidos, Rusia o la Unión Europea han presentado lo que parecen propuestas ambiciosas para cumplir de aquí a los años 2025 o 2030, según los casos: reducciones de un 28, un 25 y un 40 por ciento respectivamente.

China, el país que por su tamaño y su elevado ritmo de industrialización se ha convertido en el mayor contaminante del planeta, ha anunciado que alcanzará su pico de emisiones en 2030 sin precisar cuánto pueden aumentar ésas en los quince próximos años. En teoría, pues, podrían incluso duplicarse para entonces.

Sea como fuere, los observadores más escépticos dudan de que, con sólo los compromisos voluntarios presentados y sin que se produzca un cambio radical de modelo de desarrollo, vaya a evitarse que la temperatura media del planeta aumente más de esos 2 grados centígrados con respecto al nivel de la era preindustrial que se consideran como el "punto de no retorno".

Como demuestran los casos de China, la India y otros países que como Irán, ni siquiera han presentado compromisos, las temperaturas seguirán aumentando en todo el planeta y serán inevitables nuevas y más graves catástrofes naturales como las que venimos padeciendo con cada vez mayor frecuencia y un número de víctimas también cada vez mayor.

Y ello, debido también a que muchos de los compromisos de los que tanto alardean algunos gobiernos son cuando menos engañosos, según denuncia, por ejemplo, quienes se han tomado la molestia de analizar lo que ocultan a veces las cifras como el Instituto de Investigaciones Climatológicas de Potsdam (Alemania) o el NewClimate Institute, de Colonia, participantes junto a otros dos institutos en un proyecto conjunto llamado "Clima Action Tracker" (Rastreador de la Acción Climática).

Según Ottmar Edenhofer, director del instituto de Potsdam, muchos de los compromisos nacionales presentados por los gobiernos en París están formulados de modo excesivamente "vago", por lo que será difícil controlar su cumplimiento. Otros expertos, como el también alemán Niklas Höhne, del instituto de Colonia, coincide en esa acusación de "vaguedad" y añade la de manipulación "cosmética" de muchas cifras.

Y esas manipulaciones tienen que ver algunas veces con los años de referencia utilizados por unos u otros gobiernos, que hacen aparecer muchas reducciones mucho más ambiciosas de lo que son en realidad.

Por ejemplo, Estados Unidos utiliza el año 2005 y Japón, el 2013. Son años en los que uno y otro país alcanzaron picos de emisiones. Así, por ejemplo, Washington se propone reducir sus emisiones de CO2 en hasta un 28 por ciento con respecto a ese año, pero si en realidad se utilizase como referencia el año 1990 como hacen Rusia o la UE, la reducción sería mucho menor: de un 19 por ciento como mucho.

En el caso del Japón ocurre lo mismo: si el año de referencia fuese 1990 en lugar de 2013, dos años después de la catástrofe nuclear de Fukushima, el recorte de las emisiones de ese país sería de un 19 por ciento en lugar del 26 por ciento que anuncia.

En el caso del bloque medioambientalmente más ambicioso como es la Unión Europea, que se ha comprometido a rebajar en un 40 por ciento sus emisiones para el 2030, el truco consiste también en el año con el que se compara ese objetivo: 1990, es decir sólo uno después de la caída del muro de Berlín, cuando había todavía muchas viejas centrales de carbón e instalaciones industriales vetustas en la Europa del Este.

En cuanto a Rusia, su compromiso es recortar las emisiones de CO2 en entre un 25 y un 30 por ciento hasta el año 2030 en relación con el año 1990, es decir cuando la Unión Soviética estaba en sus estertores, lo cual es también engañoso pues ese país puede, como China, incluso seguir aumentando sus emisiones actuales sin incumplir el objetivo de reducción anunciado.

Las organizaciones no gubernamentales preocupadas por el cambio climático exigen por todo ello mayor claridad y transparencia en los criterios elegidos, además de medidas de control de los compromisos, por muy voluntarios que sean, para que no quede todo, como siempre, en mucha retórica y pocos resultados.

Las únicas beneficiarias serían la gran industria y las multinacionales de la energía, del automóvil y otros sectores altamente contaminantes, que han dedicado los últimos años sus abundantes fondos al cabildeo.

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