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José Manuel Ponte

inventario de perplejidades

José Manuel Ponte

El atril vacío del ausente

En vísperas de iniciarse la campaña electoral, el diario "El País" organizó un debate al que había invitado a cuatro de los aspirantes a la presidencia del gobierno. Tres de ellos, Albert Rivera, Pedro Sánchez y Pablo Iglesias, respondieron afirmativamente a la invitación y el cuarto, el todavía presidente Mariano Rajoy, desistió de hacerlo, por lo que el periódico anfitrión decidió dejar vacío su atril para hacer patente el desaire. Habrá quien interprete la ausencia de Rajoy como una huida cobarde ante tres oponentes más jóvenes que quizás habrían querido aprovechar la ocasión para atacarlo desde tres ángulos distintos. Como suelen hacer en las sabanas de África los leones que aspiran a desbancar al viejo jefe de la manada. Habrá quien aprecie en ello un gesto despectivo hacia quienes no considera dignos de enfrentarse a un político con larga experiencia en la gobernación del Estado.

Y habrá, en fin, quien estime que fue una táctica deliberada para dejar que los tres aspirantes a la gloria se destrocen entre ellos aliviándole de tan enojosa tarea. El caso es que, el atril vacío condicionó el desarrollo del debate porque polemizar con un ausente (y más aún si este es el presidente del Gobierno) es un ejercicio dialéctico particularmente incómodo. Si te excedes en la crítica podría dar la impresión de que te prevales de una ventaja, y si no lo haces la audiencia podría llegar a la conclusión de que no tienes nada que oponer y das por bueno todo lo que hizo.

En cuanto al debate propiamente dicho, de las varias formas que la entidad organizadora ofreció, yo escogí una emisora de radio de la cadena "Ser" para escucharlo y una cadena de televisión muy escorada a la derecha para verlo. Una opción que produjo un cierto desfase entre lo visto y lo oído, porque el sonido de la radio se adelante siempre al de la televisión y los gestos y el movimiento de los labios no coinciden con la palabra. Pese a todo, me fui arreglando. Hasta que, pasado un tiempo, los rectores de la cadena de televisión muy escorada a la derecha debieron entender que Pablo Iglesias tomaba una cierta ventaja sobre sus oponentes e hicieron comparecer en escena a un trío de comentaristas que se dedicaron a desmontar todos los argumentos del líder de Podemos y a tomar a broma sus propuestas calificándolas de absurdas y disparatadas. La intervención del trío me recordó aquellas escenas de la "lucha libre americana", cuando los asistentes del luchador que está en apuros salen del rincón para agredir a su oponente con todo lo que tienen a la mano, incluidas la botella de agua y la banqueta.

Y como la intervención de los tres tertulianos de guardia me pareció tan extemporánea como grotesca, apagué la televisión y continué siguiendo el debate por la radio. En cuanto a la actuación de los tres candidatos, no hubo nada que no conociéramos de pasadas comparecencias. Rivera estuvo suelto y evitó pisar el charco de explicar como puede afectar el liberalismo de rostro humano a servicios públicos esenciales como sanidad y educación. Sánchez, más envarado, reivindicó los valores perdidos de la socialdemocracia, e Iglesias se presentó como el adalid de la socialdemocracia auténtica o socialdemocracia renovada. Esa que algunos llaman "populismo".

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