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José Manuel Ponte

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José Manuel Ponte

La libertad de diciembre

A los que tenemos algún ancestro romano, que en el sur de Europa somos millones, entrando en el mes de diciembre nos empieza a correr por la sangre un impulso propicio a la juerga, al alboroto y a la alegría compartida. Es una sensación gozosa que el poeta Horacio llamaba "la libertad de diciembre" y venía a coincidir con la celebración de las Saturnales, las fiestas en honor a Saturno, el dios encargado de proteger la agricultura.

Se celebraban entre el 17 y el 23 de ese mes en los días finales del periodo más oscuro del año y en los previos al solsticio de invierno, cuando el sol empieza ganar espacio en el cielo. En esas fechas, había banquetes en las calles, se intercambiaban regalos (entre ellos unas figuritas de cerámica), se encendían velas y antorchas, y se engalanaban las casas con plantas. Cerraban también los comercios, daban vacaciones en las escuelas y cesaba la actividad en el Senado y en los tribunales de justicia.

Así pues, reinaba por todas partes la permisividad y el libertinaje, y hasta los esclavos eran liberados de sus tareas y recibían como premio una paga extraordinaria, consistente en dinero o en unas cántaras de vino. Nada por cierto que no sigamos haciendo ahora por las mismas fechas y con ligeras variantes. Los banquetes en la calle de los alegres ciudadanos romanos han sido sustituidos por las llamadas eufemísticamente "comidas de empresa", cuando en realidad son unas mesas compartidas con compañeros de trabajo, o simplemente con amigos pagando cada uno su cubierto.

Las velas y las antorchas se han convertido en miles de bombillas de variados colores (los romanos nos legaron muchas cosas importantes desde la organización del estado hasta el derecho y el arte, pero no disponían de luz eléctrica). Entre las plantas con que se engalanaban entonces las casas romanas predominan ahora los mirtos, los pinos y los abetos Y también colocamos figuritas de cerámica en las teatralizaciones del nacimiento de Cristo al montar el decorado de los belenes.

Por supuesto, permanece la costumbre de vacar por esas fechas tanto en las escuelas como en el parlamento y los tribunales de justicia. Y, muy importante, mantenemos (de momento, claro) la paga extraordinaria con que retribuimos la mayor dedicación al trabajo de los esclavos aunque ahora les llamamos mileuristas, becarios, o temporeros.

Sea cual fuere la razón, o conjunto de razones, por las que en diciembre estamos más alegres e inquietos que en el resto del año, lo cierto es que la Iglesia cristiana quiso mitigar la evidente tendencia al libertinaje que propiciaban las fiestas Saturnales en la antigua Roma introduciendo el supuesto natalicio de Cristo por esas mismas fechas. Un acontecimiento, por cierto, sobre el que no hay ninguna prueba de que se hubiese producido en esa época del año. La sustitución, o solapamiento, de las fiestas Saturnales por la Navidad fue una decisión política del emperador Constantino el Grande que se había convertido al cristianismo para agradecer unas supuestas ayudas divinas en una importante batalla que consolidó su poder. Por supuesto, no fue esa la única ocasión en que la iglesia cristiana cambio el sentido, a su favor, claro, de una fiesta pagana. ¡Felices Saturnales!

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