Faro de Vigo

Faro de Vigo

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Ceferino de Blas.

Se lo merece

Los tres pilares en los que se asienta el Vigo moderno son Citroën, Zona Franca y la Universidad. Los tres están interrelacionados y son vitales para preservar el carácter industrial y emprendedor circundante.

Citroën modificó la configuración económica tradicional del entorno y es el complejo laboral y tecnológico imprescindible para crecer por su impacto en sectores innovadores.

La ciudad, tantas veces preterida, fue recompensada con la Zona Franca, porque confluyeron factores y personajes que lograron lo que parecía imposible. Sólo tres ciudades en España cuentan con esta plataforma de desarrollo: Barcelona, Cádiz y Vigo.

La Universidad es una demanda antigua de los vigueses. La ciudad fue la última de las urbes gallegas en incorporarse al mundo académico. No tuvo instituto de bachillerato superior hasta el año 1927.

Contaba con un centro de estudios industriales, desde 1901, dirigido por Ramón Gasset, que para festejarlo invitó al pensador Ramiro de Maeztu, que pronunció nueve memorables conferencias. A alguna asistió el aprendiz de filósofo José Ortega y Gasset, de vacaciones en Vigo.

Industria y comercio componen la idiosincrasia viguesa, y una ciudad pragmática y poco dada a las apariencias las adoptó como estudios fundamentales. Son la base de su dinamismo. Aunque los títulos que impartían no tuvieran reconocimiento superior hasta que en 1970 ambas Escuelas se integraron en la Universidad de Santiago. Son el embrión del Colegio Universitario que en el curso 77-78 comienza a funcionar en Lagoas Marcosende.

Por eso, cuando se produce la ansiada segregación de la vieja Universidad compostelana, y se asigna a Vigo la sede del Sur, con Campus en Pontevedra y Ourense, se hace justicia a la ciudad.

Por razones de equilibrio político se compensaba con otra sede a A Coruña, que no la precisaba, porque ya se asentaba en la provincia la secular Compostela. Pero la tradicional influencia herculina jugó un papel determinante para que se le adjudicase la propia.

El reto de poner en marcha las nuevas instituciones propició que los primeros rectores fueran la terna más prestigiosa de las Universidades gallegas: el historiador Ramón Villares en Santiago, el jurista Meilán Gil en A Coruña y el químico Luis Espada en Vigo

Las circunstancias hicieron que el rector vigués, a diferencia de los del Norte, del área humanística, fuera un científico que empastaba con el componente sociológico de la ciudad.

No hay la menor duda de que el factor humano es determinante en el desenvolvimiento de las colectividades. El conjunto es el que ejecuta los proyectos, ideas e iniciativas, pero si no hay una persona con nombre y apellidos que marque el rumbo, la efectividad se resiente.

Si Espada Recarey hubiera sido un profesor de humanidades posiblemente la Universidad de Vigo hubiera cobrado un sesgo diferente en la elección de especialidades y materias.

En el momento de la escisión, reinaba la lógica improvisación de un proceso nuevo, indefinición e incertidumbres, y los rectores, como conductores de los respectivos compromisos, eran determinantes al trazar los caminos a seguir. Por suerte el de Vigo era un científico: el signo de los tiempos.

Cuando se ha cumplido el cuarto de siglo de la puesta en marcha de la Universidad del Sur de Galicia, la Asociación que representa a aquellos que la demandaron cuando no existía, le han reconocido con su máximo galardón. Se lo merece.

Luis Espada es uno de esos no nativos enamorados de Vigo que más ha trabajado por la ciudad en el último cuarto de siglo. Como destacado científico ha aportado prestigio académico, como rector puso en marcha con acierto la Universidad. Ubicó el Rectorado en el centro urbano para conectar la institución con la ciudadanía, y hasta logró que Laxeiro dibujara las vidrieras del aula magna. En mala hora un equipo rectoral posterior se desprendió del inmueble y alejó la columna vertebral universitaria de los vigueses.

Aparte de la actividad docente también fue el primer Defensor de la institución, y desde la creación del cargo de Valedor do Cidadán de Vigo desempeña con aprovechamiento la función. Para algunos concejales se convirtió en un dolor de muelas por la tenacidad y rigor con que defiende las reclamaciones de los vecinos. Hasta hace poco tiempo fue presidente y dio consistencia al colectivo de Vigueses Distinguidos.

Mañana será su día. Aunque le apenen las ausencias. Como ocurre a tantos padres españoles, Espada tiene a sus hijos, titulados universitarios y excelentes profesionales, en el extranjero. Laura trabaja de Veterinaria en París, y Alejandro, ingeniero industrial, en Bangkok.

La ausencia la llenarán los muchos amigos del profesor, y sobre todo Merche, la Dra. Castro, su mujer, con su agudo sentido del humor y visión positiva de la vida.

En el Vigo contemporáneo, transformado en su fisonomía urbana y también sociológicamente, tan diferente de aquel en que se instalaron Citroën y Zona Franca, en los años cincuenta, incluso del más próximo en que nació la Universidad, es imprescindible que convivan personajes como los que contribuyeron a su llegada. Como Luís Espada, que acertó en el enfoque dado a la Universidad viguesa.

Porque si es importante la calidad de la enseñanza que se imparte, lo es más que conecte con la sociedad en la que se asienta para su desarrollo y actividad económica. De la Universidad salen los líderes y los que marcan la transformación de la actividad productiva que tanto se reclama en épocas de crisis. Este a modo de Silicon Valley que es el entorno vigués sólo se autoalimenta con una buena Universidad.

Compartir el artículo

stats