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Joaquín Rábago.

Frenesí consumista

La campaña, este año, de eso que los estadounidenses llaman "Black Friday" y que hemos importado tal cual, como tantas otras cosas, de Estados Unidos, ha sido al parecer un éxito entre nosotros.

Un diario nacional hablaba incluso de "frenesí": pese a no ser aquí semifestivo como en EE UU, aunque todo llegará, la gente se ha lanzado a comprar a la calle como si no hubiera un mañana.

Las grandes superficies y en general todo tipo de establecimientos donde se anunciaban descuentos se llenaron como suele ocurrir sólo los fines de semana y Amazon, la empresa de ventas por internet, batió su propio récord de facturación en España.

No sé cuanta gente se habrá percatado, sin embargo, de la ironía que supone el que este "Black Friday", que se prolonga todo el fin de semana y en algunos casos más allá, porque lo de menos es que se llame "viernes", coincide prácticamente con la apertura en París de la cumbre de la ONU contra el cambio climático.

En alguna columna anterior, uno manifestaba su escepticismo sobre lo que vaya a conseguirse en una reunión como la de la capital francesa cuando en las negociaciones hay tantos intereses en juego: intereses precisamente de quienes se lucran con un modelo económico como el que estimulan celebraciones como la del "Black Friday".

¿No hemos visto estos días salir a la gente de los grandes almacenes cargados de bolsas repletas de artículos que en la mayoría de los casos seguramente no necesitaban pero que los compradores se decidieron a adquirir porque estaban ahora más baratos?

¿No se llenan también diariamente en la capital unos grandes almacenes de nueva apertura porque ha corrido la voz de que la ropa interior o de otro tipo ofrece precios "imbatibles" aunque muchos tengan dudas sobre su calidad?

Y todo ello sin que a los clientes se les ocurra pensar un momento en las condiciones laborales o salariales de quienes fabrican esas prendas en países lejanos o su impacto negativo sobre la propia textil nacional.

Y sin que tampoco dediquen la mínima reflexión al consumo energético que supone, por ejemplo, el transporte de toda esa mercancía desde la otra punta del mundo y que contribuye también a acelerar ese cambio climático que tanto debería preocuparnos.

Todo eso y muchas otras cosas más relacionadas con un determinado modelo productivista, que estimulan celebraciones del consumo más desenfrenado como es el "Black Friday", deberían ser objeto de debate en la cumbre parisina.

Pero ¿cómo va a plantearse allí la necesidad de primar la calidad y la vida útil de los productos que fabricamos sobre su obsolescencia programada, que es precisamente lo que hace que siga girando alocadamente la rueda del consumo?

¿Cómo pensar en crear empleos que respondan únicamente a una racionalidad colectiva o a necesidades sociales y no a las creadas artificialmente, que una industria de la publicidad perfectamente engrasada se encarga continuamente de estimular?.

¿Cómo imponer un modelo de consumo responsable que tenga en cuenta que los recursos del planeta son limitados y que nos debemos también a quienes vengan a habitarlo después de nosotros?

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