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De vuelta y media

El disputado uso del Campo de la Feria

Su calificación como zona verde impidió hace cincuenta años la ubicación del pabellón de los deportes y una estación de autobuses que no progresó

A mediados del siglo XX, Pontevedra trataba de mostrar su palmito de capital de provincia. Pero la ubicación del Campo de la Feria en el centro urbano distorsionaba abiertamente tan loable propósito. Las vacas y los caballos no casaban bien con los ciclomotores y los coches.

El Ayuntamiento tramitó y obtuvo entonces, en régimen de concesión administrativa, la zona marítimo-terrestre de El Borrón, denominación histórica del lugar comprendido entre el final de la calle Cobián Roffignac y los terrenos ocupados poco después por la fábrica de Tafisa y el Estadio de la Juventud.

El Borrón iba a acoger el traslado de la feria. Ese cambio de emplazamiento, sin embargo, nunca llegó a acometerse en tiempos de los alcaldes Juan Argenti y Prudencio Landín.

En cuanto Filgueira Valverde se puso al frente del Ayuntamiento en noviembre de 1959, le faltó tiempo para ofrecer aquel terreno al Ministerio de Educación para instalar la Escuela de Magisterio. A la par puso en marcha también dos proyectos muy deseados, una estación de autobuses y un pabellón de deportes. Uno y otro terminaron por confluir sin pretenderlo en el Campo de la Feria, convertido en objeto del deseo para su acogida, nada oscuro por cierto. Más bien al contrario.

Lo sorprendente de esa tentación y su incitación a lo largo del tiempo fue que el Campo de la Feria estaba inequívocamente contemplado como zona verde en el Plan General de Ordenación Urbana de 1953. De modo que esa calificación no podía pasarse por alto así como así. Sin embargo, el Ayuntamiento pareció no enterarse, hasta que tropezó dos veces en la misma piedra.

Los arquitectos municipales Emilio Quiroga y Alfonso Barreiro, junto al ingeniero José María Gómez-Morán, recibieron el encargo de hacer un proyecto de pabellón de los deportes cubierto, casi al mismo tiempo que una comisión formada por los tenientes de alcalde más veteranos, Peláez Casalderrey, Hermida Vidal y García Lastra, se puso en marcha para conseguir la concesión administrativa de una estación de autobuses.

El pabellón deportivo ganó aquella carrera imaginaria a la estación de autobuses y la corporación municipal fijó su instalación en el Campo de la Feria, después de descartar El Borrón.

Filgueira Valverde fue el primer alcalde de España que presentó en Madrid un proyecto susceptible de lograr una golosa subvención al amparo de la nueva Ley de Educación Física y Deportes. Poco después se llevó un gran chasco cuando a principios de 1964 el Ministerio de la Vivienda, a través de la Dirección General de Urbanismo, tumbó su propuesta de ubicar el recinto deportivo en una zona verde.

Paralelamente el 4 de enero de aquel mismo año, el Ayuntamiento recibió un proyecto muy solvente, tanto desde un punto de vista técnico como económico, para impulsar una estación de autobuses en el Campo de la Feria. Detrás estaban los principales empresarios de las líneas de transportes de la ciudad, con el firme apoyo de la Cámara de Comercio, Industria y Navegación.

Así como la propuesta de construcción en el Campo de la Feria del pabellón de los deportes no suscitó rechazo alguno, todo lo contrario ocurrió desde el primer momento con la estación de autobuses. Tanto se exaltaron los ánimos durante un pleno municipal, que el alcalde Filgueira tuvo que imponer su autoridad para templar gaitas: el proyecto solo echaba a andar y todavía no era tiempo de poner chinitas en su peregrinar administrativo.

Cuando llegó el momento se hizo un estudio sobre el lugar más adecuado para su emplazamiento. El propio ingeniero jefe de la Jefatura Regional de Transportes se decantó por el Campo de la Feria. Aquel informe acalló la polémica y facilitó el consenso.

Con el asunto bien trabajado, Filgueira Valverde sacó adelante en febrero de 1965 un triple acuerdo con el respaldo unánime de su corporación municipal: tramitar la desafección del Campo de la Feria como zona verde, afectar dicho lugar para la estación de autobuses y anunciar un concurso para adjudicar la concesión.

Todas esa gestiones llevaron su tiempo y al final el asunto acabó mal. Un año después, el ministro Martínez Sánchez-Arjona rechazó la desafección y el cambio de uso solicitado. De nuevo el gozo en un pozo por segunda vez.

El alcalde pontevedrés montó en cólera y bueno era don José cuando se enfadaba. Nada más y nada menos que desafió al Ministerio de la Vivienda con un recurso de reposición en señal de abierto desacuerdo. Tamaña osadía dividió a la corporación, porque cuatro concejales de mucho peso votaron en contra: Pazó Montes, Paz Sánchez, Vázquez Fernández y De la Iglesia Estévez. Pero la mayoría respaldó a Filgueira y se aprobó su propuesta.

Aquel compás de espera terminó por desinflar el proyecto firmado al alimón por Antonio Iribarren, José María Pita y Alfonso Barreiro. Finalmente el nuevo Plan General de Ordenación Urbana de 1970 se encargó de liberar al Campo de la Feria de su calificación tan restrictiva cual espada de Damocles.

El Campo de la Feria, que ya no cumplía tal función, pasó a denominarse Plaza de Barcelos aquel mismo año en razón de la hermandad existente con la localidad portuguesa.

A partir de entonces se convirtió en un gran aparcamiento salvaje. Y también dio pábulo a un mercadillo ambulante que no dejó de crecer hasta ocupar toda la plaza sin orden ni concierto.

En tiempos del alcalde Rivas Fontán, el Ayuntamiento convocó un concurso de ideas para la "recuperación" del lugar, aunque con un presupuesto exiguo de solo 30 millones de pesetas. Principalmente se trataba de adecentar la plaza y acabar con el aparcamiento incontrolado.

Un equipo integrado por los arquitectos José Manuel Pichel Pichel, Manuel Bouzas Cabada y Teresa Táboas Veleiro, ganó el concurso. Además de la remodelación de la plaza, incluyeron la sugerencia de construir un aparcamiento subterráneo en régimen de concesión privada, que no tuvo mala acogida.

Rivas Fontán no tuvo tiempo de acometer aquel proyecto y luego Javier Cobián no se atrevió por su dificultad administrativa.

Finalmente la iniciativa salió adelante con el alcalde Juan Luís Pedrosa, quien no hizo uno sino dos aparcamientos subterráneos en tres años. Antes todavía acarició la idea de remodelar el Campo de la Feria según un boceto improvisado por el mismísimo Santiago Calatrava durante una visita relámpago a Pontevedra.

Entonces no había margen legal para una adjudicación directa del proyecto al afamado arquitecto y Pedrosa Fernández optó por realizar un concurso público, que derivó en lo que hoy es la plaza de Barcelos, aunque retocada por el BNG.

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