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Joaquín Rábago.

Escepticismo

No quiero ser agorero ni aguafiestas en algo tan serio como es la lucha contra el cambio climático, pero, en vista de los antecedentes, permítaseme mostrarme escéptico sobre lo que vaya a conseguirse en la próxima cumbre de París sobre el tema.

No es ya el más que evidente fracaso de las anteriores cumbres dedicadas a la lucha contra el calentamiento del planeta, los numerosos compromisos incumplidos, sino cómo, para evitar nuevos incumplimientos de los países, se ha terminado abordando el problema.

Así, para llegar a un acuerdo internacional cuyo fin último es limitar a dos grados más como sumo el calentamiento global, única forma de evitar la catástrofe ecológica que anuncian muchos científicos, se ha optado por la simple declaración de intenciones de cada gobierno sobre reducción de emisiones contaminantes: una reducción voluntaria a la carta.

A Estados Unidos, por ejemplo, le gustaría llegar a una reducción del 13,8 por ciento de sus emisiones para el año 2025 con respecto a las que generó en 1994 -el año de referencia-, Canadá, que se retiró en su día del protocolo de Kioto para poder explotar sus arenas bituminosas, pretende reducirlas en un 14 por ciento para el 2030 y la UE, más ambiciosa, aspira a recortarlas en un 40 por ciento.

China, junto a EE UU el mayor contaminante del planeta, reconoce que las emisiones que produce no alcanzarán su punto más alto hasta 2030 a pesar de los esfuerzos en materia de eficacia energética que está realizando últimamente, y solo la desaceleración de su espectacular crecimiento en los últimos años impedirá que aquellas se desboquen.

Y están además la mayoría de los países en desarrollo, que, animados por Occidente, han optado por la misma vía productivista y de crecimiento para salir de la pobreza, sin que parezca importarles tampoco demasiado el día de mañana.

Aquí, como en tantas otras cosas desde el triunfo del neoliberalismo, la economía ha tomado el relevo de la política, y así vemos cómo las empresas transnacionales presionan en todas partes por la aceleración del comercio internacional, considerado simplemente como generador de riqueza.

La OCDE, por ejemplo, no ve contradicción alguna entre expansión del comercio, política de crecimiento sin freno y la protección del medio ambiente, que se fía muchas veces con optimismo a la bioingeniería, a las nuevas tecnologías como puede ser el llamado "secuestro del carbono" en depósitos geológicos.

Como denuncian las organizaciones no gubernamentales, lo más preocupante es el papel que vienen teniendo los grandes grupos económicos en las negociaciones sobre el cambio climático, fenómeno de captación de las Naciones Unidas por los lobbies industriales y financieros que se observa también en otros campos de su actividad internacional.

Un ejemplo de ese cabildeo lo tenemos en la cumbre titulada "Negocios y Clima", celebrada el pasado mes de mayo en la sede parisina de la Unesco, a la que asistieron algunos de los mayores contaminantes del planeta, según ha denunciado ATTAC, para quien conforme se reduce el espacio político en las organizaciones multilaterales, grupos como el G7, el G8 o ahora el G20 "tratan de captar esa legitimidad perdida".

"Estados y multinacionales", denuncia esa ONG en un opúsculo titulado en francés Le climat est notre affaire! (*), "multiplican las falsas promesas y las falsas soluciones. Se presentan como salvadores del planeta gracias a la tecnología y a la economía verde. Pero en realidad no quieren sacrificar los fundamentos de su poder: las finanzas, el petróleo, el carbón, lo nuclear, las industrias químicas y de armamentos, la tecnociencia".

Mientras tanto, el combate ciudadano contra el cambio climático se lleva a cabo en dos frentes: el primero trata de oponerse a la expansión de las actividades extractivas -desde el "fracking" hasta los nuevos proyectos mineros- así como a la construcción de infraestructuras inútiles, de las que tanto sabemos por desgracia en España.

Al mismo tiempo se producen en muchos países iniciativas ciudadanas a favor de alternativas concretas al actual modelo de crecimiento, ya sean de tipo local, regional o global, todas las cuales tienden a transformar los actuales modelos de producción y consumo sin freno, que se consideran como insostenibles ecológicamente.

Como señalan los autores del librito citado, está claro que coexisten y continuarán existiendo pacíficamente dos visiones: están por un lado los partidarios de un "New Deal verde", una especie de alianza entre "medioambientalistas, sindicalistas, políticos y empresas de tecnologías limpias", que no quieren romper con el capitalismo, sino darle una fachada más ecológica.

Para otros, más consecuentes, la única manera de evitar la catástrofe ecológica que se avecina y asumir nuestra responsabilidad para con las futuras generaciones pasa por desmantelar el poder de las finanzas y las grandes empresas, sobre todo las de sectores como el petrolero, el automovilístico, el minero, pero también el de la agricultura intensiva. Es decir, apostar por un nuevo modelo no productivista y mucho más democrático que el actual, que nos conduce indefectiblemente al desastre.

(*)"¡El clima es asunto nuestro!", Varios autores. Ed. Les Liens qui libèrent.

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