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Joaquín Rábago.

Erradicar el terrorismo

Hablan políticos y comentaristas de mostrarse "implacables" con el terrorismo yihadista, de "aplastar" a los criminales, de no parar hasta "erradicarlo totalmente".

Son reacciones destinadas sobre todo a tranquilizar a la ciudadanía, pero con las que se persigue otro objetivo: conseguir su anuencia a medidas de control que de otra manera difícilmente aquellos aceptarían. De seguir por esa senda, poco a poco nos iremos deslizando hacia una sociedad de control total del ciudadano.

Y, sin embargo, el terrorismo al que por desgracia nos enfrentamos es muy distinto del que podríamos llamar "clásico", el que persigue, por ejemplo, un objetivo político como acabar con un régimen despótico o una ocupación como en su día el judío contra el imperio británico o actualmente el palestino contra el Estado israelí.

El objetivo del actual terrorismo yihadista es un modo de vida, una civilización como es la occidental. No ataca a los franceses sólo como ciudadanos de una potencia colonial, que también, sino sobre todo como símbolos de lo que consideran "una cultura sucia, hedonista e idólatra".

Es un terrorismo que se disfraza arteramente de religión; pero es la que profesan sus actores una religión intolerante, fanática, incapaz de diálogo, que no conoce el perdón y sólo admite la imposición. De ahí que resulte prácticamente imposible cualquier intento de negociación a diferencia de lo que ocurre a veces con otros tipos de terrorismo.

Un terrorismo el de los yihadistas que ni siquiera respeta a quienes, adorando al mismo dios y siguiendo al mismo profeta, pertenecen, sin embargo, a otra rama del islam, ya que esto mismo los convierte automáticamente en apóstatas.

Pues no debemos olvidar que las principales víctimas del terrorismo yihadista son las propias poblaciones de los países árabes, que lo sufren diariamente sin que muchas veces queramos percatarnos de ello.

Esos zarpazos que nos da de vez en cuanto el terrorismo islamista en nuestras propias carnes, como ha ocurrido ahora en París, deberían ayudarnos a entender mejor por qué tantos ciudadanos de países como Irak, Afganistán o Siria arriesgan diariamente su vida para llegar a Europa y a empatizar más con ellos aunque parece ocurrir todo lo contrario.

Siendo todo esto así, habría que preguntarse cómo es posible que tantos jóvenes musulmanes, muchos de ellos nacidos ya entre nosotros, europeos de segunda o tercera generación, se muestren dispuestos a convertirse en asesinos en masa, inmolándose de paso en plena juventud, algo que por cierto no hacen quienes desde las centrales del terror los manipulan.

Y ahí es donde conviene analizar cómo el resentimiento que los lleva muchas veces a abrazar el yihadismo más extremo puede tener diversas causas: desigualdad, marginación, miseria económica o sexual, pero también pérdida de identidad o falta de reconocimiento social, todo lo cual es arteramente explotado por quienes manejan esas redes.

Tal multiplicidad de factores psicológicos y sociales, antes que religiosos, pues la religión es muchas veces sólo un pretexto, es lo que hace especialmente difícil combatir el yihadismo en el seno de nuestras sociedades si no se busca ante todo corregir las situaciones que lo propician.

De poco servirá bombardear desde el aire los lugares donde se ha hecho fuerte el Estado islámico si al mismo tiempo no se trata de desecar los terrenos pantanosos, muchos de ellos en los guetos de muchas ciudades europeas, que son el mejor caldo de cultivo de ese tipo de terrorismo, y no se les ofrecen a los jóvenes nuevas perspectivas y un proyecto de vida.

Y sobre todo si no se acaba cuanto antes con el tan indecente como lucrativo negocio de la venta de armas, si no se acaba con sus fuentes de financiación, que están muchas veces en algunos países árabes aliados de Occidente y que tan bien saben aprovechar los paraísos fiscales.

De poco servirán también los bombardeos, que muchas veces sólo aumentará el número de candidatos al suicidio, si no se persigue la corrupción política y económica en muchos de esos países pues los fundamentalistas tratan de presentarse con frecuencia como los únicos "puros" en medio de tanta podredumbre.

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