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Ceferino de Blas.

La aventura de Segundo Mariño

La última aventura del periodismo de papel en Vigo la protagonizó Segundo Mariño hace poco más de un cuarto de siglo, cuando fundó "Diario de Galicia". Llegaba a destiempo, con el espacio informativo saturado, y fue como un relámpago que pronto se extinguió.

Los redactores eran una mezcla de profesionales cuajados, noveles y recién salidos de la Universidad, pero todos identificados con el proyecto de un nuevo periodismo. Uno de los subdirectores era el escritor Manolo Rivas, que algún día quizá relate aquella microhistoria del papel.

En la frontera de los noventa, se produjo una reviviscencia periodística en toda España, al rebufo del éxito del diario "El País" -más tarde llegarían "El Mundo" y "El Sol"-, y en provincias surgieron varios epígonos.

Eran iniciativas de profesionales y gente inquieta del lugar, que convencían a un empresario local o grupos de pequeños accionistas, para lanzarse a la aventura de cambiar las cosas. Proponían un tratamiento editorial clarificador, la investigación y la denuncia como contenidos principales, y una opinión perfectamente diferenciada de la información.

Por aquel tiempo se habló mucho de la salida de otro periódico, auspiciado por el artista y empresario Isaac Díaz Pardo, con un talante galleguista. Era de concepción diferente al de Mariño, apegado a la actualidad, mientras que el de Díaz Pardo era nostálgico. Quería revivir el "Galicia" de los años veinte de Paz Andrade.

La iniciativa nunca cuajó. Aunque contaba con abundantes y potenciales accionistas, el pragmatismo del Díaz Pardo empresario se impuso al artista y promotor de ideas románticas. Por eso, el nuevo "Galicia" se quedó en futurible y en tema de conversación de las cafeterías y cenáculos político-profesionales de Santiago.

El "Diario de Galicia" nació (12-3-1988) como periódico independiente y progresista, de ámbito nacional y superador de los localismos. Y murió no solo por razones económicas y técnicas -se dividía en cuatro cuadernillos, porque la rotativa sólo tenía capacidad para pliegos de 16 páginas-, sino también de indefinición. Esta es tierra de periódicos "locales", cada uno de su provincia o ciudad, y con ediciones comarcales múltiples.

El suyo era un periodismo diferente del digital en boga, en el que priman la velocidad y el rumor sobre el rigor, y en el que la confrontación de las fuentes no interesa, porque los mensajes cambian cada pocos minutos. En el periodismo impreso, de ayer y hoy, la objetividad y el contraste de la información son más importantes que la rapidez. De ahí su credibilidad.

"Diario de Galicia" se murió pronto - al año, aproximadamente-, y Segundo Mariño se fue a su estela.

No sería el último romántico del periodismo gallego, porque la aventura del papel la ensayaron otros en estas dos décadas y media, aunque solo tuvo éxito "La Opinión de A Coruña". También sobreviven un par de comarcales que fundó Juan Ramón Díaz, otro romántico de la letra impresa.

¡Parece increíble que en la era digital haya tantos periódicos de papel en Galicia: diez de información general y uno deportivo!

En este mes en que se cumple el aniversario de la muerte de Segundo Mariño, otro colega de generación, Gerardo González Martín, ha tenido a bien invitar a profesionales coetáneos a exhumar su trayectoria, desde los comienzos en los sesenta, hasta 1992, el año en que se fue. Hay textos magníficos.

La suya fue una época intensa, desde el arranque en "El Pueblo Gallego", en pleno franquismo, hasta la dirección de Radio Nacional, ya consolidada la democracia, tras los avatares del golpe de Tejero, el apasionante proceso estatutario gallego y en plena reconversión industrial viguesa.

Se casó con la única mujer periodista que trabajaba entonces en la ciudad, Carmen Parada (Ahora hay más mujeres que hombres en las redacciones). Eran tiempos, en los que la vida social y cultural giraba en torno a los periódicos. Mariño quiso prolongar esa época al filo de los años noventa, y por un breve tiempo lo consiguió.

El sueño de aquel grupo de profesionales que timoneaba no sobrevivió, pero perdura el concepto del periodismo de calidad, la buena sintaxis, la información rigurosa, los datos precisos y la interpretación ajustada de lo que acontece. Es el periodismo con mayúscula, que no puede sucumbir, porque es la garantía de la objetividad en la información. Un periodismo escrito imprescindible, que reclama una opinión pública sana, plasmado en el soporte que sea, aunque hasta el momento sólo tiene credibilidad el de papel.

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