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Ánxel Vence.

Crónicas galantes

Ánxel Vence

El Innombrable

El ritual de los aniversarios y las cifras redondas invita estos días a hacer memoria de los cuarenta años que han pasado desde la muerte de Franco: más o menos los mismos que, curiosamente, duró su dictadura. El general que se hacía tratar por el título de generalísimo, tan superlativo como su ego, estaría sin duda encantado de que todavía se siga hablando de él, aunque sea mal.

Felizmente, la mayoría de la población ya no sabe de qué va esta guerra. Para los rapaces y aun los no tan rapaces, la imagen del dictador se confunde vagamente con la de Roderico, Teodorico, Witiza o cualquier otro miembro de la larga lista de reyes godos. Y bien está que así sea.

La mejor noticia de este aniversario es que la memoria de Franco cayó en el olvido y ya solo siguen empeñados en mentarla algunos antifranquistas a título póstumo. El hecho de que muchos de estos memoriosos hayan nacido tras la muerte del autodenominado Centinela de Occidente no hace sino añadir perplejidades a tan paradójico empeño.

Más que la memoria, lo que en realidad conviene al caso de Franco es la amnesia. Así lo entendió cierto grupo de desafectos al Régimen que, en vida del dictador, fundó en Santiago el llamado Club del Innombrable con el higiénico propósito de favorecer su olvido. La primera y casi única regla de ese selecto círculo era la que comprometía a sus miembros a no citar nunca el nombre del general ferrolano.

La idea no se vio coronada por el éxito, a juzgar por lo mucho que se seguía nombrando al innombrable en los años y décadas que vinieron después de su tránsito a mejor -o tal vez peor- vida. Solo el paso del tiempo ha facilitado que el olvido, esa sutil forma de desdén, enviase por fin a Franco al desván de la Historia del que ya solo quieren rescatarlo sus sedicentes enemigos.

Aun así, la memoria del franquismo es una sombra alargada que se mantiene como la de cualquier otra dictadura que hubiese durado cuatro décadas. Con muchos menos años de ejercicio, la que un tal Adolfo impuso a Alemania dejó su huella en las autopistas y hasta en marcas muy principales de coches y de ropa a las que pocos relacionarán con el régimen nazi. Tampoco faltan en Italia los nostálgicos de las obras públicas y la política "social" de Mussolini, que estableció en su Carta del Lavoro los seguros laborales, las vacaciones pagadas y los contratos colectivos.

El franquismo, que tanto se inspiró en el Fascio por la vía de la Falange, dejaría igualmente un montón de pantanos y un Seguro Obligatorio de Enfermedad que fue la base de la Seguridad Social todavía vigente. A imitación del Duce, el dictador español introdujo por ley el salario mínimo y el subsidio familiar, además de una protección contra el despido; logros que hoy defiende la parte más esquinada de la izquierda frente a una derecha inopinadamente antifranquista.

Puesto a dejarlo todo atado y bien atado, Franco legó incluso a la actual democracia su forma estatal de Reino, con un sucesor "a título de rey" que aún ejerce de emérito. Más allá de los rótulos de las calles que han ido cambiando sin prisa aunque sin pausa, las huellas del franquismo siguen siendo casi tan visibles como las de otras dictaduras europeas del pasado siglo. Cuarenta años después, eso sí, ya son minoría los que se acuerdan del nombre del Innombrable. Algo vamos avanzando.

stylename="070_TXT_inf_01">anxelvence@gmail.com

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