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Francisco García.

Lo que hay que oír

Francisco García

El arte de hablar mal en público

"No hay por qué romperse la cabeza para hablar bien en público. Es labor que no carece de arte. Lo que requiere un aprendizaje duro, arduo y constante es hablar mal en público: hoy quiero enseñarles a hacerlo". Para hablar bien en público, bastan las indicaciones que nos regaló Cervantes: "No hay para qué andéis mendigando sentencias de filósofos, consejos de la Divina Escritura, fábulas de poetas, oraciones de retóricos, milagros de santos, sino procurar que a la llana, con palabras significantes, honestas y bien colocadas, salga vuestra oración y período sonoro y festivo; pintando, en todo lo que alcanzáredes y fuere posible, vuestra intención, dando a entender vuestros conceptos sin intricarlos y escurecerlos. Procurad también que, oyendo vuestra historia, el melancólico se mueva a risa, el risueño la acreciente, el simple no se enfade, el discreto se admire de la invención, el grave no la desprecie, ni el prudente deje de alabarla".

Pero para hablar mal en público la cosa se pone difícil. Es preciso citar clásicos y citarlos mal. Es necesario procurar que de modo enrevesado, con palabras que no signifiquen nada, feas y mal colocadas, salgan frases y párrafos mal pronunciados y peor articulados, además de sosos. Hay que esconder a toda costa lo que uno quiere decir, sin mostrar idea alguna y velando con tinieblas incluso las más peregrinas ocurrencias. Es menester lograr que, oyéndonos, el deprimido se deprima aún más, que el alegre se entristezca, que se enfaden los que tienen pocas luces, que los hombres buenos y prudentes se den cuenta de que nada se está aportando, que el leído desatienda lo que escucha y que el prudente no vea modo de alabarlo. Una labor de titanes es hablar mal en público. Una bagatela, hacerlo bien.

"Hablar mal" no significa decir cosas horribles del prójimo. Eso sería infamar, difamar, calumniar u ofender. Lo distinguía muy requetebién Santiago Amón cuando contaba cómo se le había acercado cierto preboste para reprenderlo: "Oye, que me he enterado de que andas por ahí hablando mal de mí". Enseguida, Santiago lo corrigió: "Nada de eso. Hablo muy bien de lo mal que haces tu trabajo". Es decir: se puede desprestigiar y censurar bien o mal, lo mismo que se puede honrar y elogiar bien o mal.

Asimismo, la palabra "público" significa "conjunto de las personas reunidas en determinado lugar para asistir a un espectáculo o con otro fin semejante" solo en la octava acepción que recoge la RAE, porque antes lo define como "conjunto de personas que forman una colectividad", un grupo reunido con un fin, sea el que fuere. Todos los días hablamos en público. Lo hacemos durante el desayuno con los nuestros; en el trabajo o en la cola del paro o ante unos posibles empleadores; en la tertulia con los amigos; en la junta de vecinos; en la reunión de la escuela; en el fútbol o al suplicar un crédito bancario; en una conferencia, pero también en el transporte público y en la espera del dentista; en la salud y en la enfermedad; en las alegrías y en las penas. Estamos matrimoniados con el hablar en público, no es cosa solo de los políticos. Así que, al igual que existen docenas de libros de autoayuda para hablar bien en público, no sobra que alguien se ocupe de instruir en el hablar mal, destreza tan durísima de alcanzar como paradójicamente frecuente. No es verdad que hablando se entienda la gente: solo se entienden hablando quienes quieren entenderse.

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