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José Manuel Ponte

inventario de perplejidades

José Manuel Ponte

Aquel "santuario francés"...

Hubo un tiempo -lo recordarán quienes tengan edad para ello- que en España un amplio sector de la opinión pública fue muy crítico con la actitud de Francia respecto de la lucha contra el terrorismo de ETA. (El "santuario francés" se llamó entonces a ese espacio de supuesta impunidad al otro lado de los Pirineos). No hay ninguna evidencia que permita afirmar que los sucesivos gobiernos de París, tanto de izquierdas como de derechas, mantuviesen relaciones de complicidad con ETA ni proporcionasen a sus militantes trato oficial de refugiados políticos, pero la sombra de la sospecha no dejó de extenderse durante aquellos años. Y hasta tal punto llegó la tensión entre los dos países que un ministro español se atrevió a pedir la ruptura de relaciones diplomáticas como mejor forma de expresar el disgusto.

Curiosamente, la etapa de mayor falta de entendimiento entre las dos administraciones coincidió con el mandato de Giscard d'Estaing (1974-1981), el aristocrático presidente de la República que había ejercido como padrino de la incipiente democracia española al acudir a la coronación de Juan Carlos I, un rey, por cierto, de linaje francés. Las cosas mejoraron, no obstante, con François Mitterand, un presidente socialista que se entendía muy bien con Felipe González. Y aún fueron a mejor con Chirac y con Sarkozy, durante cuyos mandatos la colaboración entre la policía francesa y la española se intensificó especialmente.

Las razones de esa intermitente relación en la lucha antiterrorista están por estudiar. En el plano político, algunos apuntan que Francia, imbuida de un cierto complejo de superioridad democrática, le quiso dar a la España posfranquista un trato subalterno y encontró en la existencia de ETA la forma de mantenerla sometida y a sus órdenes. Otros, en cambio, creen que los gobiernos de París, temerosos de una extensión a su territorio de un movimiento armado independentista en el País Vasco-francés, pactaron con los dirigentes de ETA cierta tolerancia en sus actividades con la condición de que no cometieran atentados en Francia. Y, por último, tampoco faltan aquellos que denuncian importantes tratos comerciales (los trenes para el AVE a Sevilla, por ejemplo) como moneda de cambio en la lucha contra ETA.

Sea cual fuere la versión que más se ajusta a la realidad, la historia de aquellos años negros (incluida entre sus capítulos las incursiones de los GAL en territorio francés para cometer atentados) está por escribir y documentar. Mientras eso llega, hay que alegrarse de que con el fin de los atentados de ETA y la evidencia de la eficiente colaboración policial de Francia en ese logro, las suspicacias hacia el vecino país hayan desaparecido en buena medida.

Estos días, con ocasión de los sangrientos sucesos de París, que tanto han conmovido a la opinión pública española, he podido constatar como algunos de aquellos conspicuos francófobos de antaño se quedaban literalmente mudos ante la enormidad de la tragedia.

Al margen de todo ello, y una vez pasados el estupor, el miedo, la indignación y el luto, habrá que hacer votos para que el Estado francés reaccione de forma equilibrada al desafío terrorista, mantenga la gloriosa tradición del país como tierra de asilo y acogida, y no se deje arrastrar por tentaciones belicistas, ni imponga más restricciones a la libertad de las estrictamente necesarias.

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