Quisiera dejar firmemente asentada la premisa de que estas líneas no tienen el más mínimo ánimo de arrimar el ascua a la sardina de ninguna facción política. Sin embargo, no se puede ignorar y hay que admitirlo que cando se emite una opinión es imposible no ubicarse más cerca de unos que de otros posicionamientos, sin que ello implique parcialidad; salvo que la opinión se vierta sin sinceridad y no acorde con la realidad. A riesgo de emular a Perogrullo, digamos que si Pepe mide 1,70 y Juan 1,90, decir que éste es más alto no supone ninguna concesión de favor.

Bajo la protección de este telón de fondo me atrevo a opinar -creo que coincidiendo con la mayoría de los españoles- que el peor gobierno de la etapa democrática que estamos viviendo fue el presidido por el Sr. Zapatero; cuando con el beneplácito de la crisis generalizada se acumuló una vasta lista de puntos tan negativos como la insostenible y galopante bola de nieve del paro; la potenciación del problema catalán, que ahora calienta motores; un rating de confianza internacional -en este caso desconfianza- que se etiquetó con una prima de riesgo estratosférica; un déficit hasta entonces desconocido y dejando al país en la parrilla de salida para el rescate comunitario; medicina indispensable llegado el caso, pero muy difícil de digerir.

Rizando el rizo, aquel gobierno entregó a su sucesor un testigo cargado de suciedad que falazmente ocultaba un déficit que cuantificaba multimillonariamente el incremento del declarado. La sonriente entrega de carteras en el relevo de los ministros guardó parangón con la del presidente cuando en foros internacionales presumía de que militábamos en la champions league del sistema financiero. En definitiva, una etapa que no resulta ejemplo a seguir.

Ahora, cuando otra legislatura agoniza y de hecho ya estamos en la campaña electoral para los próximos comicios de finales de año, el Sr. Sánchez, flamante secretario general del PSOE y, por ello, candidato a ocupar la poltrona de la Moncloa, nos sorprende con unas declaraciones que se me antojan muy inoportunas para sus propios intereses; porque reconocer que ha aprendido mucho del Sr. Zapatero y que sigue sus consejos, puede marcar un rumbo de triste recuerdo. Permítaseme recordar que si se acepta que segundas partes no son buenas, se está asumiendo que son peores que las primeras y conociendo como fue aquel pasado no es difícil llegar a una lógica conclusión; es decir, tan claro como acertar el color del caballo blanco de Santiago.

Aunque resulte paradójico, me decido a cometer la osadía de aconsejar al Sr. Sánchez que tenga mucho cuidado con los consejos y que, en todo caso, no los adopte sin un previo y exhaustivo examen, para evitar tragarse un bombón en el que el chocolate recubra pellas de acíbar.

Y para anteponer la ecuanimidad a la parcialidad, no quiero ocultar que la probabilidad de que segundas partes no sean buenas es igualmente aplicable al rival político que esté empuñando el cetro del gobierno, por lo que habría que aconsejar al electorado que reflexione cuidadosamente la decisión a tomar. Claro que es otro consejo y, por supuesto, hay que tener cuidado con los consejos.