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Ceferino de Blas.

Una abuela atribulada

Dicen que sin los abuelos esta crisis hubiese sido aun más cruel para multitud de familias.

Muchos matrimonios jóvenes con hijos han precisado la ayuda de los padres e incluso han tenido que ir a residir con ellos porque carecían de recursos para ser independientes.

La crisis, que ha favorecido la convivencia de parejas cuya separación fue imposible por razones económicas, ha tenido el efecto contrario en otros casos. Ha propiciado divorcios que han empujado a los separados con hijos a acogerse a los hogares de los progenitores respectivos.

En fin, que los abuelos, si algún día pensaron que tenían resuelta la vida porque habían cumplido con la prole, dándoles carrera u oficio y dejándoles bien casados y con descendencia, estaban completamente equivocados.

Las circunstancias y los condicionamientos, que llegan no cuando se desea sino inesperadamente, han modificado muchas previsiones. Menos mal que habían cotizado a lo largo de la vida laboral y tenían una pensión.

Ser abuelos es una condición que comporta compromisos. La responsabilidad que se contrae desde el momento en el que llega la prole al mundo es de por vida. Pero tener hijos y nietos reporta múltiples satisfacciones.

He aquí un ejemplo. En la era digital, ¿qué abuela no lleva como una reliquia en el móvil un montón de imágenes de los nietos? Basta encontrar a una e interesarse por la familia, aunque sea como formalidad, para que la aludida extraiga el móvil del bolso y rebusque con la presteza de un adolescente informatizado en el archivo de fotos. Acto seguido comienza a enseñar una, dos, diez o más imágenes, que al interlocutor se le antojan iguales. Pero como persona educada, no le cabe otra salida que comentar cada foto con expresiones del estilo: ¡qué guapo/a, está divino/a!

¡Un peligro tropezarse a una abuela sin ocupación! Aunque no mentes a la familia, acabará sacando a colación a los nietos. Inevitablemente tirará de móvil o si no lo tiene a mano recurrirá a los whasaps. Alabar las virtudes de los nietos es propio de la abueleidad, que imprime carácter.

No se salvan ni aquellos que de jóvenes presumían que no serían abuelos al uso, servidores para todo de sus hijos, y prestos a solucionarles los inconvenientes.

Este grupo con ideas más rompedoras sobre la tradición familiar representa un modelo cada vez más amplio. Los hijos no son el tema central en sus vidas ni recurrente de sus conversaciones. Pero sí los nietos.

Sentemos esta premisa. No hay tristeza más honda que la que siente una abuela ante el dolor de una nieta, al verse impotente para ayudarla.

He aquí la experiencia que contaba una de ellas. Dormía la nieta en su casa, y se sintió indispuesta. Quizá sus padres hubieran reaccionado de otra forma, pero la niña estaba con los abuelos. De inmediato acudieron al Centro de Salud de la calle Bolivia, donde está ubicado Servicio Especial de Urgencias.

No hubo que aguardar mucho. Cuando la abuela comenzó a explicar al médico de turno los síntomas de la niña, la respuesta fue de este tenor: yo no soy pediatra ni ginecólogo, y en este servicio de urgencias no hay ninguno. Tienen que acudir al Hospital Alvaro Cunqueiro.

La abuela refrenó los nervios y alegó, con templanza, que le resultaba inaceptable lo que estaba oyendo. ¿Cómo iba a trasladar a la niña a tanta distancia, cuando vivía a tres minutos del Centro Especial de Urgencias?

El médico, ante los razonamientos de la abuela, cedió y le recomendó un fármaco que alivió a la niña.

Al día siguiente comentaba lo ocurrido. Y aducía la necesidad de que se dotase al Servicio de Urgencias del centro de la ciudad de atención pediátrica. Los niños, cuanto más pequeños, son más vulnerables y hasta los catorce años no tienen atención urgente, salvo en el Hospital Alvaro Cunqueiro.

El episodio es una muestra más del quebranto hospitalario que padece Vigo desde la deslocalización del Xeral. Porque el auténtico problema no son las variadas anomalías denunciadas tras el cambio, que se corregirán, sino la ubicación del nuevo complejo. El Xeral estaba en el centro de Vigo, con acceso a pie para la mayoría de los afiliados a la Seguridad Social o con comunicación organizada para la totalidad. El Alvaro Cunqueiro plantea dos trastornos: uno de mentalidad, que no se solventará hasta que la gente asuma que el Hospital está en las afueras y al que resulta incómodo trasladarse. Otro de transportes. Mientras los servicios no tengan la fluidez necesaria, se optimice la movilidad y haya los aparcamientos adecuados, gratis o a precio asumible, seguirán los inconvenientes.

Los desbarajustes hasta ahora denunciados no son más que la consecuencia de que el tratamiento hospitalario de Vigo ya no está en el Xeral -incluidas las urgencias, motivo de protestas cuando se saturaban-, al que se podía ir a pie. El problema es que el Alvaro Cunqueiro está en Beade.

Lo que justifica que se dote de un servicio de pediatría a las Urgencias de la calle Bolivia.

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