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Personas, casos y cosas de ayer y de hoy

La perversión política vista por Hogarth

Han pasado 260 años desde que el británico William Hogarth (Londres. 1697-1764), el artista satírico más importante de su país, pintó la serie de óleos titulada La campaña electoral (1754-1755). Integran la serie cuatro lienzos, bajo las denominaciones: El banquete, La visita del candidato, La votación y El triunfo del elegido. Los cuadros pueden ser contemplados en la actualidad en el Museo Sir John Soane de Londres, ubicado en el centro urbano, concretamente en el distrito de Holborn. Es una casa-museo, que fue anteriormente el domicilio y estudio del arquitecto neoclásico John Soane (1753-1837). El museo ya había sido establecido por Soane en vida y allí continúan sus colecciones de pinturas, dibujos y antigüedades. Por la importancia de lo que allí se conserva y por la singularidad de su propia estética interior, estrambótica, abigarrada y hasta tétrica, merece ser visitado. Por cierto, de paso, en la calle Threadneedle, alcen la vista para admirar el edificio del Banco de Inglaterra, la mejor obra de este arquitecto. Los cuatro cuadros de La campaña electoral forman parte de los denominados "ciclos satíricos", que exponen, con gran viveza, espíritu crítico y mordacidad, los primeros pasos de la democracia inglesa.

En 1685, 65 años antes de que Hogarth ejecutase las pinturas, los ingleses expulsaron a Jacobo II, de la casa Hannover, y le ofrecieron la corona a Guillermo de Orange, yerno del monarca destronado y también extranjero. Para coronarlo como Guillermo III, le obligaron a aceptar la Bill of Rights ("declaración de derechos") que garantizaba la libertad electiva para constituir el parlamento, de modo que los diputados fueran elegidos por los votantes y no designados por el soberano. Con ello se iniciaba la democracia moderna. No obstante, solo podían votar una pequeña parte de la población. En 1754 el número de votantes no alcanzaba los 16.000, limitándose a hombres que por imperativo tuvieran tierras, y excluyendo a comerciantes y fabricantes. Reinaba ese año Jorge II, también Hannover, que no amaba a su país y desconocía su lengua. El mismo lo expreso así: "Ni los pasteleros ingleses saben preparar dulces, ni los músicos ingleses saben tocar, ni los cocheros ingleses saben conducir un carruaje [?]. Las conversaciones inglesas no valen nada; mientras que estas cosas se pueden encontrar en Hannover llevadas a la máxima perfección?". Las elecciones para la Cámara de los Comunes en Oxfordshire, en 1754, acaecieron cuando habían transcurrido más de 40 años desde las anteriores. Los comicios se desarrollaron en un ambiente podrido de corrupción y entre grandes y pequeños amaños y trampas, sobre todo en los llamados rotten boroughs ("distritos podridos"). Los del partido de los Whigs (gaélico escocés que significa "cuatreros"), se arrogaron encarnar los "nuevos intereses" y para ello no dudaron en manejar todo tipo de recursos fraudulentos. Todas las miserias de aquellas elecciones, perpetradas en Oxfordshire, fueron reproducidas por Hogarth es su "ciclo satírico".

Ahora en 2015, más de 300 años después de Hogarth, en el que en España se anuncian posibles cambios políticos, se plantean intentos separatistas, se venden humos futuristas y las minorías pretenden imponer "sus verdades" a la mayoría, no han faltado quienes han levantado paralelismos entre el nacimiento de la democracia inglesa y la nuestra actual. Mas no es así. El establecimiento y posterior desarrollo de la democracia española, gracias a una ejemplar transición política iniciada tras la muerte de Franco, las primeras elecciones en 1977 y la nueva Constitución en 1978, han sido correctas. Tampoco, en su conjunto, ha empañado nuestra democracia lo que algunos consideran una permanencia excesiva del bipartidismo. El bipartidismo, con alternancia en el poder, es el modelo de los más irreprochables países democráticos. Y, en todo caso, al margen de errores y perversiones, no olvidemos que todo los que ha acaecido y tenemos, lo ha sido y lo es porque en plena democracia así lo hemos querido la inmensa mayoría del pueblo español. Sin embargo, tampoco debemos negar una indudable corrupción, que pesa sobre demasiados y que no debe volver a darse. Asimismo, se han producido demasiadas falsas promesas, triquiñuelas electorales y perversiones. Tales situaciones causan reacciones que oscilan entre la indignación y la indiferencia, pasando por la impotencia, y que pueden originar que pasemos por las urnas sin la frialdad y reflexión necesarias, votando a la contra y no por convicción. Por todo ello, en tiempo de elecciones, me ha parecido oportuno analizar, en un par de sueltos dominicales, la obra de Hogarth, porque no se pueden negar algunas semejanzas entre el ayer y el hoy, salvando los tiempos y su importancia, que quiero establezcan mis propios lectores. Antes de iniciar esta somera exégesis una advertencia que no es mía sino del poeta y crítico francés Charles-Pierre Baudelaire (1821-1867): Las pinturas satíricas de Hogarth constituyen una suerte de "entierro de la comicidad" [?]. Es verdad que Hogarth contiene algo frío, fúnebre, que oprime al corazón. [?] moralista antes que nada, siempre preocupado por el sentido ético de sus composiciones, las recarga, como Grandville, de elementos alegóricos y de alusiones, con el fin de completar y acentuar sus ideas. Pero sucede a veces, contra las intenciones de Hogarth, que estos detalles demoren y confundan la comprensión del espectador".

Por limitaciones de espacio describiré hoy solo el primer cuadro, "El banquete". La escena individualiza las diferentes figuras, destacando sus expresiones y actitudes, gracias a una sabia iluminación. Se desarrolla en una taberna-fonda, donde se celebraba el tradicional banquete tras la visita de los candidatos. Los congregados están en torno a una mesa rectangular y otra redonda. En su conjunto es una instantánea fotográfica de la sociedad corrupta y decadente de su tiempo. Trece candidatos y anfitriones se sitúan a la izquierda y frente al espectador, rodeados de adulones y aprovechadores, casi todos en estado de embriaguez. Preside la sala un retrato de Guillermo III, que han desgarrado por odio de los comensales. En el centro un grupo musical anima el acto. Incluye un gaitero escocés que se rasca el cuello (se decía que todos los escoceses tenían sarna), la popular Fiddling Nan ("abuela violinista") y otro violinista que babosamente es obsequiado por el vino y las caricias de un postulante. Un cuarto músico con violoncelo arquea las cejas y dirige su mirada despectiva hacia los comensales sentados delante. Son tres imbéciles embelesados por las gracias de otro anfitrión que, con su puño izquierdo cubierto por un pañuelo, simula un títere que emite un discurso electoral. A su lado, un tullido permanece ensimismado. Inmediatamente y más a la derecha está el alcalde y líder local, quien aparece desmayado, cebado en exceso con las ostras que tiene sobre la mesa y, mientras aún sostiene una de ellas en el tenedor, le practican una "reparadora" sangría. A su vera otro funcionario cae hacia atrás, después de recibir un ladrillazo en la cabeza. Ladrillos y piedras llueven desde la calle, a través de la venta del fondo y a la derecha del espectador. Los proyectiles son lanzados por enfervorizados partidarios de los opositores, los Tories, que a su vez reciben la orina, banquetas y sillas que les arrojan desde dentro. Los Tories llevan por la calle un muñeco con la inscripción No Jews ("judíos no") y una banderola con el texto: Marry and Multiply in Spite of the Devil ("Casaos y multiplicaos a pesar del diablo"). Manifiestan su oposición a las nuevas leyes matrimoniales, que exigían la celebración por un pastor en ceremonia pública, la llamada ley de lord Hardwicke. En el lado izquierdo del lector, debajo de un pendón con las palabras Liberty and Loyalty ("libertad y lealtad") - la divisa de los Whigs-, aparece un primer comensal joven con peluca, elegantemente vestido, que es abrazado con efusión por una vieja gorda y desdentada, posiblemente la mesonera. Está sonrojado, avergonzado y mira estoico e irónico, arqueando las cejas, como queriendo expresar, "lo que hay que sufrir para ser elegido". Entre tanto, no advierte que el señor que está detrás, probablemente el marido, quien empuja a su mujer para que se acerque y lo bese, le está quemando la peluca con las brasas de su pipa. Una niña aprovecha para robarle el anillo. Situado a su espalda y más a la derecha del espectador, aparece sentado otro candidato asediado por dos comensales. Uno con la cara llena de cicatrices, aparentemente beodo, le asfixia con el humo de su pipa, le pasa la mano por el hombro y le pide algo. El otro, también borracho, le soba la mano con ilusoria lascivia. En el centro del cuadro un clérigo fofo y blandengue, se ha quitado la peluca y con un pañuelo se enjuga el sudor de la calva, sin haber acabado de zamparse lo mucho que aún tiene delante. Detrás y de pie, una elegante dama es galanteada y obsequiada por otro de los anfitriones que, a la vez, ya ofrece su mano a otro posible votante. En el primer plano, a la izquierda del que contempla la pintura, no falta el hombre que prepara los regalos y sobornos. En el centro, a un hombre sentado en el suelo con un garrote en la mano, le lavan con ginebra la herida que un ladrillazo le ha causado en la cabeza.

Mas también hay hasta lugar para un hombre honesto, aunque tratado con ironía. Es el que aparece pie en el lado derecho del espectador. Dramatiza un santo hombre, con las manos en oración, que rechaza al soborno que le proponen para comprar su voto, pese a las recriminaciones de su mujer y de su hijo, que le muestra su zapato roto. Para colmo, el artista nos advierte de su situación matrimonial. Lo plasma con los "cuernos" sobre su cabeza, caricaturizados por las sillas que alguien lleva para arrojar por la ventana, y reforzados por la cornamenta de un ciervo colgada sobre el dintel.

Esta es la descripción que les ofrezco, queridos lectores. A ustedes les queda por dictaminar cuánto tiene de actualidad esta escena de la vida política inglesa del siglo XVIII, en la escena política española del siglo XXI. El autor expresa que, a pesar de todas sus ruindades y lo mucho que queda por andar, por fortuna se han dado pasos gigantes y nuestra situación democrática se parece poco a la reflejada por Hogarth.

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