Faro de Vigo

Faro de Vigo

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Ánxel Vence.

Crónicas galantes

Ánxel Vence

Rajoy, entre la recesión y la secesión

Reservado como acostumbran a serlo los registradores, Mariano Rajoy comenzó su mandato bajo la sombra de una de las peores recesiones económicas de la Historia: y ahora lo termina ocupándose de la secesión de Cataluña. Ya solo falta que le caiga en suerte un maremoto para que el todavía jefe del Gobierno se gane a pulso el título de político más gafado por las circunstancias.

Salvo Adolfo Suárez, que afrontó la tarea de cambiar las viejas tuberías del franquismo por las de una democracia, ningún otro presidente español se ha visto en situaciones de tanto peso histórico. Han sido cuatro años de vértigo en los que España estuvo al borde de la quiebra -felizmente vadeada por Rajoy-, justo antes de enfrentarse a una amenaza de ruptura de su integridad territorial.

Tan graves desafíos encajan más bien con la figura de un Churchill, un Adenauer o un Roosevelt que con las de un anodino registrador de la Propiedad que aboga por la normalidad de ser "un señor de Pontevedra". Pero ya se sabe que desde el famoso caso de Claudio, emperador de Roma a su pesar, la Historia tiende a regirse por azares del todo inesperados.

De la intervención del país por poderes extranjeros como el FMI, el BCE o la UE se ha ido librando Rajoy sin más que estarse quieto y callado. De la desaparición de España tal y como hoy la conocemos, está por ver que lo consiga; pero nadie podrá reprocharle que aplique a los independentistas la misma técnica taurina de esperar al toro en la posición de Don Tancredo para ver si lo mata de puro cansancio.

A diferencia del vehemente Churchill con el que lo comparó su correligionario José Manuel Romay, su improbable émulo Rajoy utiliza la vieja técnica del "understatement", que consiste en no decir una palabra más de las necesarias y, a ser posible, ninguna. Fue así, callando y fumándose un puro, cómo resistió a las voces que le exigían, incluso dentro de su partido, la petición de rescate financiero del país en el sombrío año 2012.

Lo mismo hizo frente a las demandas de Artur Mas, quien lamentó haberse encontrado con un "dique" al salir de su entrevista con el presidente en La Moncloa hace algunos años.

Paradójicamente, eso le valió a Rajoy ser reputado de blandengue por no pocos de sus colegas de partido, convencidos de que este y cualquier otro problema puede resolverse en dos patadas. Son los que quizá desearían meter los tanques en la Diagonal o, en el caso de los más moderados, suspender ya la autonomía de Cataluña para darles gusto a los secesionistas que tanto ahínco ponen en buscar precisamente eso.

Ante tan peligrosas simplezas, Rajoy comparte más bien con su paisano Camilo José Cela la idea de que el que resiste, gana. Nada más apropiado que un gobernante de carácter indescifrable como el de la Esfinge para hacer frente a las demandas de quienes pretenden desgajar de España uno -y no el menos importante- de sus territorios.

No lo han entendido así una mayoría de españoles que se le echan a la yugular en las encuestas previas a las elecciones del 20 de diciembre. Rajoy acude a las urnas con cara de perdedor, como aquel Suárez que se vio obligado a dimitir del cargo cuando lo acechaban los puñales de Bruto. Lejos de tirar la toalla, el presidente al que le cayeron una recesión y una secesión en un solo mandato, insiste en que todavía puede ganar. Y con los señores de Pontevedra -tan normales-, nunca se sabe.

stylename="070_TXT_inf_01">anxelvence@gmail.com

Compartir el artículo

stats