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Ceferino de Blas.

Visibles e invisibles

Las nuevas generaciones que nacen con el móvil y el ordenador al lado no conciben la invisibilidad de las noticias. Ya no hace falta que esté presente un redactor y un fotógrafo para plasmar y atestiguar lo que ha ocurrido. Incluso en las situaciones más inverosímiles, hay alguien con un móvil o en su defecto una cámara fija que lo graba. De inmediato la red comienza a difundirlo hasta los confines del orbe.

Pero lo que ahora resulta tan sencillo, no siempre lo fue. Hace dos décadas no existía el fenómeno de la globalidad informativa. Y nada digamos de años atrás. ¡Hoy parece imposible que no haya ni una sola imagen gráfica del hundimiento del Titanic, ocurrido en 1912!

Antes era imprescindible una cámara fotográfica que captase el suceso y un medio de comunicación que lo reprodujese.

Entonces podía decirse que nada ocurría en Vigo y su entorno si no salía en el FARO. Lo que no aparecía en sus páginas era invisible.

Lo ejemplifica la anécdota de un popular redactor y fotógrafo, que el paso de los años ha ido difuminando.

Se llamaba Benedicto Conde, más conocido por Bene, a quien Cunqueiro tenía un gran afecto y describía con dos cámaras colgadas al hombro o disparándolas. Como otros reporteros de la época, era un autodidacta. Había entrado en el periódico como chófer de la presidenta del Consejo, Mercedes Rubido, viuda de Eladio de Lema, que fue director durante medio siglo y senador del Reino en dos legislaturas. En los cuarenta, Bene comienza a trabajar como fotógrafo y progresivamente de reportero.

Vigo era entonces el principal puerto de entrada de pasajeros de España, y con frecuencia llegaban o pasaban hacia otros destinos personalidades, por lo que en las redacciones tenían que estar al quite.

Aquel día, unos dicen que Cunqueiro, otros que Díaz Jácome, avisaron a Bene para que se acercase al puerto ya que en uno de los trasatlánticos viajaba el poeta Pablo Neruda, al que había que entrevistar.

Por la tarde regresó Bene a la redacción de muy mal café, indignado porque le habían gastado una broma. En el barco, dijo, no viajaba ningún Pablo Neruda. Lo había comprobado él mismo repasando las listas de pasajeros.

Le cayó una bronca de campeonato. ¿Cómo iba a figurar en el pasaje alguien con pseudónimo? Naturalmente que el poeta viajaba en el barco, pero con su verdadera identidad: Neftalí Ricardo Reyes Basoalto.

Por lo que en los archivos de la ciudad no figura la estancia de Pablo Neruda en Vigo.

Desaparecidos los protagonistas de la anécdota, nunca se ha sabido si fue cierta o se trata de una leyenda urbana. Aunque Pedro Hortas, el excelente profesional lugués que también trabajó en este periódico antes de hacer carrera en Madrid, la da por buena en su libro, "con Bene en la isla de Ons".

Al FARO, por ser el decano de la prensa española, se le atribuyen anécdotas de todo tipo, a veces de otros periódicos o inventadas. La última es la ingeniosa malignidad de un comentarista de "El País" que para ilustrar la diferencia que existe entre la elegancia del rugby y los malos modos del fútbol, citaba a un anónimo cronista deportivo del FARO de los noventa.

Refiere que el redactor vigués, enemistado con un colega de "La Voz de Galicia", publicó la crónica del encuentro sin que el lector advirtiese nada de particular. Pero en el apartado de incidencias podía leerse este párrafo. "Presenciando el partido se encontraba el delegado de La Voz acompañado de una mujer que no era su esposa".

Evidentemente se trata de una leyenda urbana. Una más de las que circulan con diverso éxito de un medio más que sesquicentenario. No sería el más popular de los periódicos gallegos si no le atribuyesen apócrifos y leyendas.

A lo que íbamos. Si el FARO no lo cuenta, la noticia no existe. Ocurre con la estancia de Ernest Hemingway. Conspicuos investigadores y escritores afirman que ha estado en Vigo y han tratado de probarlo con sesudos artículos. Probablemente tengan razón, ya que así lo apuntan los indicios, pero no aparece en el FARO.

Como los mencionados hay otros casos de famosos que por acción u omisión, entran en el ámbito de la invisibilidad viguesa. Aunque algunos lo ha corregido la historia. Ocurre con la espía Mata Hari, que lo contó en el juicio que la condenó a muerte en París o el escritor Stepan Zwieig, que relata en sus memorias que estuvo unas horas en Vigo.

Pero de otros no queda el testimonio de la foto, crónica o un modesto breve en el FARO. Por lo que no son visibles. Así de sencillo. No en vano este periódico vio la luz, mañana hace 162 años, para testificar cuanto acontece en el entorno de la ciudad que le da nombre.

En todo este tiempo ha hecho visibles o invisibles según constate presencias o las ignore. Incluso ahora en el imperio de lo digital y de los comunicaciones espontáneas sigue dando credenciales de visibilidad.

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