Dicen por ahí que la sanidad privada es cosa de ricos. Habida cuenta que quienes nos gobiernan solo se ocupan de mejorar las condiciones de vida de los pudientes, el PP se ensaña con la sanidad pública. Eso dicen, sí. Yo no me lo creo. A estas alturas de mi vida pocas cosas me sorprenden pero me parece extremosamente exagerado, malsano para la convivencia social y de muy mala fe que traten de asesinos a los presidentes Rajoy y Feijóo, avalando el exabrupto con una sinrazón antológica: los recortes en sanidad provocan muertes evitables. Es tanto como decir que los usuarios de la privada son cómplices de esos crímenes (inventados)

Cada vez que hay una manifestación defendiendo la sanidad pública -como si estuviera en peligro- y en contra de la privada (complementaria, no substitutiva) nunca falta un bocazas que suelte lo de ¡asesinos! En este tema, las cotas de fariseísmo alcanzadas son estratosféricas, verbigracia, la del jefe del servicio de cirugía cardiovascular del hospital Vall d'Hebron. Acaba de denunciar ante el Síndic de Greuges la muerte de dos pacientes durante el mes de agosto por los recortes. Avispada manera de lavarse las manos y endosar a otros la propia responsabilidad de mala organización. Por esa regla de tres habría que atribuir los crímenes de violencia doméstica a que no hay suficientes policías, los malos resultados escolares a que no hay bastantes profesores y el cáncer de pulmón a que hay demasiados estancos.

Si bien se mira, semejantes despropósitos no resultan excepcionales en los tiempos que corren. En 2008, el mismísimo Michel Rocard, que no es un torerillo perfilero cualquiera -ex Premier ministre, puro producto de la elitista casta de enarcas franceses- se singularizó afirmando que los matemáticos que enseñan las técnicas financieras incurren en crimen contra la humanidad por las crisis que provocan. Ahí queda eso.

No confundamos ricos con multimillonarios

Dislates malintencionados aparte, la verdad es que reina una notable confusión en lo que concierne a ricos, millonarios y multimillonarios. Es cierto que el 1% de la población mundial posee igual patrimonio (el 50%) que el 99% restante (el otro 50% del patrimonio mundial) La verdadera concentración de riqueza, no obstante, está entre las manos del 10% de ese 1%.

Sin duda alguna, digan lo que digan envidiosos y amargados, cuantas más personas ricas, mejor. Albert Hirschman observó que si en un embotellamiento alguna de las filas empieza a moverse, los conductores inmovilizados en las otras se alegran. Con toda naturalidad, el conductor épsilon inmovilizado anticipa que el cambio favorable para los demás acabará por llegarle a él. En lugar de reaccionar envidiosamente al ver que la situación de otro mejora, lo lógico es pensar que la mejora nos alcanzará tarde o temprano.

Debe quedar claro, ni las matemáticas ni la sanidad están al servicio de los ricos. Además, por ingresos, las personas ricas en los países europeos representan aproximadamente el 10% de la población, cifra que invita al optimismo: se puede entrar en esa categoría, no es un imposible. En cuanto a las innovaciones sanitarias, es cierto que en un principio solo están al alcance de los pudientes pero en el medio plazo el uso se extiende al resto de la población y los beneficios llegan incluso a los países pobres. Que hoy día gozan de una esperanza de vida superior a la de países desarrollados hace setenta años. De consuno, la iniciativa privada es muy importante para alentar la innovación en sanidad.

Discutible ayuda al desarrollo

Galardonado este año con el Premio del Banco de Suecia en ciencias económicas en memoria de Alfred Nobel, Angus Deaton, matemático de formación, es uno de los economistas de prestigio internacional que más han insistido en la importancia de sanidad, alimentación y educación en los países pobres. Jamás Deaton cayó en el ultraje de llamar asesinos a quienes, en aras de mantener el sistema viable en el largo plazo, ajustan el presupuesto a la financiación disponible (propia y prestada) Recientemente publicó en El País un artículo -La amenaza de la desigualdad (25/10)- en el que, esencialmente, se remite a la obra que sintetiza su pensamiento -The Great Escape. Health, Wealth and the Origins of Inequality (2013)- referenciada en mi columna dominical en este periódico -Merecido premio (18/10)- escrita en su honor. El artículo de Deaton puede dar la impresión que milita por políticas económicas intervencionistas en los países pobres para acabar con la desigualdad respecto a las naciones desarrolladas. Este enfoque conviene matizarlo.

En múltiples ocasiones, Deaton puso en entredicho la eficacia de las clásicas políticas de ayuda al desarrollo en los países menos avanzados: los países industrializados y las instituciones internacionales se equivocan completamente en la forma de financiar el desarrollo. Las ayudas no solamente han dado lugar a un enorme despilfarro sino que incluso han resultado contraproducentes al embridar el afloramiento del mejor espíritu emprendedor forzando la evicción de la iniciativa privada, en lugar de estimularla, y anestesiar la voluntad de llevar a cabo las transformaciones necesarias. El Banco Mundial, entre los ejemplos de despilfarro, citaba en un informe (Assessing Aid) el caso de Tanzania, país en el que se habían invertido el pasado siglo dos mil millones de dólares para la construcción de carreteras que, al despreocuparse las autoridades locales del mantenimiento, quedaban inservibles al mismo ritmo al que se construían. Otro de los defectos de la ayuda indiscriminada es que los países receptores reducen del mismo montante su propio presupuesto, desentendiéndose de poner en pie una administración eficaz capaz de captar impuestos y reasignarlos convenientemente.

Lo más razonable es suprimir las ayudas a los países que no hagan las reformas necesarias y asignarlas a los que se preocupen en combatir la inflación y la corrupción al tiempo que desarrollan la educación y la justicia y articulan instituciones garantes del derecho de propiedad y de la seguridad jurídica. Ejemplos clásicos son Corea en los años sesenta del pasado siglo o India un par de décadas después. La ayuda atiza el desarrollo cuando los países siguen una buena política económica. Es decir, aquellos en los que impera el estado de derecho, abiertos al comercio exterior, en los que se han eliminado los mecanismos confiscatorios favorecedores de élites políticas locales corruptas, etc. De suma importancia es tomar conciencia de que la transferencia de conocimientos, Know-how, o ideas es más eficaz que el flujo de inversiones.

Después de intensos estudios de campo, Deaton considera que la ayuda hay que concentrarla en tecnología sanitaria y educación. Sin embargo, lo mejor sería un mercado local capaz de gestionar autónomamente las necesidades propias. Para lo cual se necesita que aflore una clase social rica, no forzosamente millonaria. En aras de combatir el pesimismo antimercado, Deaton recuerda que desde que se abandonaron las políticas maoístas del Gran Salto Adelante en China aumentaron los ingresos per capita y la esperanza de vida.

Desigualdad

Casi siempre se asocia abusivamente desigualdad con pobreza. Abusivamente puesto que si no hubiera ricos habría más igualdad pero también más pobreza. Esto es, la riqueza no estaría más uniformemente distribuida sino la pobreza.

¿Quién es persona rica? En el 2014 el 94% de españoles empleados declaraban ganar menos de 60.000 euros al año. Los ricos, respecto a los ingresos, son más numerosos que el 6% residual. Dada la estructura salarial española, el paro masivo, el sistema de pensiones, los ingresos complementarios, la Paridad de Poder Adquisitivo (PPP) y la comparación con nuestros vecinos franceses, puede considerarse rica una persona que viva sola e ingrese más de 2.200 euros netos mensuales, con una varianza de 200 euros; una pareja que ingrese 3.800; una familia de cuatro personas, dos menores, que traspase el umbral de 5.600 euros netos de ingresos. En España, la desigualdad proviene más del empobrecimiento de los cuatro deciles inferiores de la distribución de ingresos que del empobrecimiento relativo de los dos deciles intermedios, respecto a los cuatro deciles superiores. Los ricos se encuentran en el decil superior.

Si se establecen tres categorías de nivel de vida -modesto, medio, acomodado- solamente el 50% de la población sabe posicionarse correctamente. Lo curioso es que todos los grupos se equivocan cayendo en sobrestimaciones (personas que creen pertenecer a un grupo de nivel de vida superior a su nivel de vida real) o subestimaciones de la posición efectiva. El grupo plebiscitado es el medio ya que más del 60% de las personas acomodadas se sitúan en el escalón inferior e igualmente el 50% de las personas de ingresos modestos. Una gran parte de la población cree pertenecer a la clase media equivocadamente.

¿De dónde vienen estos errores? En lo que concierne a las personas de ingresos modestos, el error lo determinan las condiciones de vida. Quienes sufren dificultades con privaciones básicas se posicionan correctamente: son conscientes que se encuentran en el escalón básico del nivel de vida. Ahora bien, en un porcentaje elevado las personas de nivel de vida modesto que no sufren privaciones básicas se posicionan en la clase media e incluso un pequeño porcentaje cree pertenecer a la clase acomodada. Curiosamente, el 10% de personas acomodadas cree encontrarse en el nivel de vida modesto.

Por tanto, la pertenencia objetiva a una clase social no se corresponde generalmente con el sentimiento de pertenecer a la misma. Como el error más frecuente se da entre los acomodados que son, en media, los de mayor edad, se ha estudiado si la edad puede influir en el desfase de apreciación. En efecto, la mayoría de personas acomodadas que superan los 50 años cree pertenecer a una clase inferior. Por tanto, excluyendo a millonarios y multimillonarios, hay más ricos de los que creemos y menos de los que se consideran tales. O sea, la riqueza es como la belleza, quienes la tienen a veces ni lo saben. Pero otros no saben que si un rico que ingresa 2.200 euros netos al mes suscribe un seguro de salud privado, coadyuvando a deslastrar las plétoras de la sanidad pública, no es cómplice de ningún crimen.

*Economista y matemático