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De vuelta y media

La Casa Rosada

El edificio promovido por la Obra Sindical en 1955 hizo saltar por los aires la legalidad urbanística con sus diez plantas

A principios de los años cincuenta, la provincia de Pontevedra en general y su capital en particular arrastraban un grave problema de falta de viviendas sociales, que preocupaba sobremanera al propio estamento franquista.

El aldabonazo que sirvió para empezar a revertir aquella situación salió de José Solís Ruíz. Al césar lo que es del césar. Aquel andaluz listo como un ajo, ambicioso y simpático hasta decir basta, inició aquí su fulgurante carrera política como gobernador civil y jefe provincial del Movimiento. Cualquier sabe si tuvo algo que ver la Divina Peregrina, bajo cuya advocación se puso nada más llegar a esta ciudad en una ceremoniosa visita.

El referente más emblemático de aquella política de vivienda en alquiler de baja renta por parte de la Obra Sindical del Hogar y Arquitectura se levantó en Pontevedra cinco años después. El edificio en cuestión no fue otro que la "Casa Rosada", entre las calles Sagasta y Fray Juan de Navarrete, así bautizada popularmente por el suave tono rosáceo de su fachada principal, que no combinaba mal con un blanco reluciente. Algo nunca visto por estos lares.

Desde el primer momento, la "Casa Rosada" también llamó la atención por su gran altura, que hizo saltar por los aires la normativa urbanística con absoluta impunidad.

Durante casi una década se convirtió en el edificio más alto de la ciudad, hasta que a mediados de la década de los felices años sesenta llegó "Las Torres" para arrebatarle su reinado absoluto.

La cuenta atrás de la "Casa Rosada" se inició el 1 de septiembre de 1955, durante una sesión extraordinaria de la corporación municipal.

El alcalde Juan Argenti Navajas, arquitecto de profesión para más inri, se sintió obligado a convocar aquel pleno que dio la palabra de forma totalmente inusual al secretario técnico provincial de la Obra Sindical, Antonio Míguez Fernández. En el aire flotaba nada más y nada menos que una supuesta falta de colaboración del Ayuntamiento con dicho organismo. De modo que el horno no estaba para bollos.

El dirigente sindical reprochó a los munícipes pontevedreses su exceso de celo en el proceso de cesión de tres solares para la construcción de viviendas sociales por la Delegación Nacional de Sindicatos. En idéntica situación, explicó que el Ayuntamiento de Vigo había actuado de forma mucho más diligente. Lisa y llanamente se saltó a la torera en aras a la urgencia existente la obligatoriedad de adquirir los terrenos por concurso abierto entre propietarios interesados, cosa que no soslayó el Ayuntamiento de Pontevedra.

De forma bastante resolutiva, Míguez Fernández emplazó a la corporación municipal para tomar una decisión al respecto en el plazo de quince días, bajo la amenaza nada velada de perder las ciento cincuenta viviendas previstas.

Antes de terminar su diatriba ante la corporación municipal, hizo hincapié en el proyecto reservado para el solar ubicado entre las calles Sagasta y Fray Juan de Navarrete. Según el dirigente sindical, la edificación iba a estar a la altura de "las mejores construidas en la capital". Luego remató en tono altivo: "el Ayuntamiento verá si le conviene o no esta construcción".

¡Vaya si le convino!

Por unanimidad la corporación municipal aprobó de inmediato, en aquella misma sesión, la compra de los tres solares pedidos. Incluso hizo oídos sordos a una advertencia del interventor de fondos sobre la fuerte carga hipotecaria que aquellas compras provocarían en futuros presupuestos municipales.

Además del solar de referencia en el centro de la ciudad, el Ayuntamiento puso a disposición de la Obra Sindical con la urgencia requerida otros dos terrenos algo más alejados: uno junto a la Plaza de Abastos para levantar ocho bloques de tres y cuatro plantas cada uno con dos viviendas por piso, y otro en Los Salgueiriños para construir catorce bloques de cuatro viviendas y otros tres bloques de bajo y dos pisos con seis viviendas.

El solar en donde se construyó la "Casa Rosada", de 1.036,80 metros cuadrados, fue vendido al Ayuntamiento por Isidora Peinador Estévez (de los Peinador de toda la vida) por 700.001 pesetas a pagar en seis anualidades.

Previamente doña Isidora presentó la autorización recibida de su marido Vicente Riestra Calderón, para formalizar dicha operación, tal y como estaba ordenado entonces.

Luego la tramitación de la licencia se realizó igualmente con la máxima rapidez. La Comisión Municipal Permanente autorizó su construcción el 19 de octubre de 1955 conforme al proyecto presentado.

Muy llamativo resultó que los miembros de aquella comisión presidida por José Puig Gaite en ausencia del alcalde, no dejaron constancia en acta de ninguna característica del proyecto, obviando las diez alturas que vulneraban la legalidad urbanística. De ese detalle tan significativo, ni una palabra por escrito. Simplemente emplazaron a los técnicos municipales a entenderse con sus homónimos de la Obra Sindical sobre los inconvenientes planteados en sus informes.

Entonces ningún edificio de Pontevedra tenía más de cinco o seis plantas.

La "Casa Rosada" englobaba un total de cuarenta y dos viviendas en seis grupos, así como un mercadillo previsto en sus bajos interiores con entradas-salidas a ambas calles. El bloque principal tenía nueve plantas y un ático en chaflán, en tanto que sus dos partes laterales contaban con siete alturas. El presupuesto de construcción, sin contar el solar, ascendió oficialmente a 4.592.576,88 pesetas.

La construcción empezó a acometerse antes de finalizar aquel año 1955. Cuando estuvo terminada dos años después, las viviendas se adjudicaron por medio de un riguroso sistema. De eso presumía al menos la Obra Sindical, que decía que no se casaba con nadie.

Para entonces, José Solís Ruíz estaba al frente de la Delegación Nacional de Sindicatos y también era ministro secretario general del Movimiento. Dos cargos en uno. Y poco tardó en ganarse el apelativo de "la sonrisa del régimen" por su entrañable afabilidad entre una chusma de caras graves, finos bigotillos y modos autoritarios.

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