Escribir sobre un amigo muy íntimo que acaba de morir, que está de cuerpo presente allá en Melón (Ourense), sobre todo con el pudor y el celo que él tenía para todas sus cosas, no es nada fácil.

Retirado del universo mundo de la gran ciudad por no poder resistir los olores nauseabundos de sus congéneres, las aberraciones y los embustes cotidianos lanzados por la prensa, por los políticos de turno, por los llamados progresos en la forma de vivir y de sentir cuando no son sino alejamientos progresivos de lo que él más sentía y valoraba, ciertas cosas, costumbres austeras o recias que él tanto amaba. Tener que andar huyendo lentamente de todo aquello que le hacía daño, que hería su maravillosa sensibilidad de poeta, de poeta nacional de los grandes, esos grandes poetas que el país y sus Gobiernos han ido dando las espalda, en esa costumbre nefasta de olvidar, de borrar del mapa todo lo que no sea rentable ni sustancioso para las mezquinas arcas de los que está en el machito, han hecho posible que un hombre, un poeta que obtuvo, que tiene los Premios Boscán, Carabela, Francisco de Quevedo, Fray Luis de León, Hucha de Plata y con 12 libros publicados, haya muerto un día como ayer, una madrugada en un hospital cercano al pueblo de Melón, donde había fijado su residencia, en las profundidades de Ourense, de la Galicia profunda. Él que nació cercano a Gredos y vivió buena parte de su vida en la capital de España donde conoció allá por los años 70 del siglo pasado a este modesto escritor, su amigo, quizá de las personas que más le hayan conocido en profundidad, uno de los que más le valoraban y digo modesto porque no soy nadie por muchos premios que haya ganado si me comparo con un poeta, pues los poetas ocupan el orden jerárquico primero en la pirámide de los géneros literarios donde los haya y son los vigías, los oteadores y los profetas del siempre inquietante y misterioso futuro.

Bien. Nos conocimos José Luis y yo, trabajando o merodeando o soportado las duras leyes del entonces Ministerio de la Vivienda en la Plaza de San Juan de la Cruz, junto a la Castellana, él era Jefe de Informática, una informática primitiva de inmensos ordenadores como dinosaurios que no valían para casi nada y yo Letrado al servicio de la Ordenación de la Vivienda y rápidamente después de la Fiscalía Superior de la Vivienda. Vamos, un informático y un jurista disfrazando sus verdaderas vocaciones, aquello para lo que habían nacido y que no era otra cosa que escribir, que sentir, que pensar. Que escribir poemas uno, y obras de teatro el otro.

Dentro de la Administración estos casos se han dado con frecuencia y en la España de entonces mucho más, el Estado era como el castillo protector de nuestros mundos internos amenazados de continuo por los horrores y las violencias del mundo externo. Dramaturgo y poeta en los Nuevos Ministerios.

Un día me invitó a comer a su casa con su primera esposa y con sus hijos, tomamos de postre toronjas, pocas veces o ninguna las había probado y él todo lo hacía y ofrecía con enorme ilusión. Era el Rodríguez Argenta, joven, muy joven, pero nunca o casi nunca hablábamos de literatura o muy poco, hablábamos de nuestras preocupaciones, anhelos o sentimientos, de las familias, de los recuerdos, de los paisajes, del futuro? del futuro.

Fueron pasando cosas, nos pasaron cosas a los dos. José Luis tenía muchos premios todos muy importantes, de los más importantes que tenía la España de entonces, yo había cosechado la primera remesa, pero faltaba la segunda y fue entonces cuando caí en aquella tremebunda depresión quizá para explicarme en verdad como era el mundo y como era yo mismo.

José Luis se separó de su mujer, entró en barrena y fue a la búsqueda de Merche, su segunda esposa y compañera hasta el día de hoy que ha fallecido. Esta segunda mujer angélica, de belleza inefable, ha sido su ángel de la guarda, su secretaria, su amante y su mujer en esa segunda y prolongada fase de su vida.

De vida arrebatada, enormemente intensa, con un amor por España sin límites - esto he de recalcarlo siempre - sufría cuando veía sufrir a los españoles, a la juventud y a su futuro, pero no sufría como sufrimos nosotros, sufría muchísimo más, de una forma inmensa, indescriptible, quizá sobrehumana y desde luego insoportable. Le hacía sufrir cuanto veía de injusto en nuestro mundo, en nuestra tierra y esa enorme sensibilidad y esa bondad y esa nobleza que tenía era y es la que le han ido alejando del centro gravitatorio, del núcleo del volcán patrio que es esta capital de España.

Pidió la jubilación anticipada, y fue reculando, huyendo, tanto como otros amigos que conozco, pero con Meche a su lado hasta guarecerse en una preciosa casa, en un frondoso pazo con jardín lleno de objetos y de recuerdos de su gusto en esa Galicia profunda. Adoraba a mi hija y a ella le pintó él mismo una acuarela preciosa que conservamos en casa.

Tengo recuerdos inolvidables que me hacen ahora un punzante daño, que me hacen llorar por lo bueno y generoso de este amigo que se me ha marchado, una pérdida terrible para mí pero lo que es más importante para España.

España acaba de perder un día como hoy a uno de sus más grandes poetas vivos, a José Luis Rodríguez Argenta, un poco escondido, apartado de la vorágine reinante, pero cuyos libros, cuyos poemas de una claridad y belleza inmarcesibles durarán para siempre.

Sería importante que el Gobierno de España se ocupara un poco de la obra aún inédita de Argenta y de su viuda Meche, que no cometa el error que ha cometido y que comete tantas veces con sus poetas, con sus artistas, con sus hombres y mujeres más nobles.

Desde aquí, desde Madrid, recordando nuestra juventud y tantas vivencias compartidas levanto el ánimo y te mando un abrazo y un beso querido José Luis. Que en el cielo te den todo el cobijo que siempre has merecido, que ha merecido un alma como tu tan singular, de esas que ha dado España raramente, que te otorgue el laurel de la gloria y de la paz eterna.

(*) Amigo del autor, Premio Nacional de Teatro.