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Las efímeras figuras políticas de laboratorio

Los laboratorios de ciencia política son ingeniosos creadores de fetiches y experimentos políticos. Lo mismo generan un nuevo "partido flash", que proyectan una novel figura que deslumbra a la sociedad y poco a poco, cuando interesa, la marchitan y desaparece. Crean políticos según demanda. Me pregunto si quienes ustedes se imaginan, figuras que nos emocionan en la teatralización de los debates, son prototipos del político-símbolo.

Estos laboratorios diseñan cuatro ideas y buscan a un personaje para un nuevo escenario, añadiéndole valores propios y otros ropajes. Así nacen alternativas de cambio, de continuidad o reversión del propio cambio, con sus figuras-símbolo ad hoc dispuestas a cautivar votos para desarrollar la potencialidad del sistema. Por ejemplo, FAES es en la actualidad un laboratorio de ideas contra el PP, dirigido por el alquimista Aznar.

A menudo el político-símbolo sale programado para manipular a sus audiencias, para que sean activas en el voto pero pasivas en la actividad social. Este diciembre electoral salen a escena diversos actores, unos nos mostrarán su mejor interpretación sobre una reforma fiscal a favor de los que más tienen. Otros actores denunciarán el juego sucio de la sanidad privada y aquellos otros se esconderán tras el telón para anunciar que la reforma laboral sí, pero no.

Los partidos que practican la política-espectáculo suelen utilizar retóricas confusas en la reforma de la Constitución, la creación de una banca pública o el rescate público de concesiones privadas de la sanidad. Saben que si quieren tener el apoyo de la audiencia, tienen que comprometerse a no utilizar la máquina del humo para ocultar su verdadero programa político. Esta política-símbolo de escenario americano, cuyos actores son movidos por élites que están fuera de escena, conduce al escepticismo postelectoral de los ciudadanos. Los publicistas de estos partidos pretenden generar una falsa seguridad en torno a ese político-símbolo que le roba el voto a la ciudadanía y la abandona en la primera esquina. Nuestra sociedad todavía se mueve por el afecto de una seguridad emocional que le merece el personaje-símbolo más que su programa. Este es el peligro.

Los medios televisivos ya anuncian debates y encuentros como quien vende política de símbolos, algunos sin contenido político pero cargada de espectáculo. Venden imagen y palabras, que por sí mismas generan efectos de apoyo político, aunque no ofrezcan un solo concepto programático y mucho menos ideas humanísticas que emocionen. Para el personaje-político de laboratorio el lenguaje es un depósito de fáciles recursos que activan respuestas de incitación al voto, pero solo eso. Ese votante, tras el recuento electoral de medianoche, volverá a convertirse en un autómata pasivo social retirado a su refugio privado de la familia o la contemplación individual del arte o de la televisión. Y así hasta el próximo acto, y mientras, que sean ellos -los actores símbolo- a quienes permitamos que hagan política y decidan por nosotros.

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