Resulta curioso comprobar cómo un deporte capaz de paralizar a un país por graves que sean las circunstancias que lo azotan, tal es el caso del fútbol en España, tenga tan escaso reflejo en las artes y, más concretamente, en la literatura. Es extraño hallar en novelas y cuentos alusiones a ese u otros deportes. Hay a buen seguro más casos pero ahora recuerdo a Ignacio Aldecoa colando al boxeador Young Sánchez como personaje de sus cuentos o a García Sánchez novelando el ciclismo en Alpe d'Huez pero son ejemplaos aislados. Deportes como el boxeo y el fútbol hallan en las páginas de los escritores sudamericanos un espacio amplísimo: desde Cortázar a Galeano, de Vinicius de Moraes a Fontanarrosa, dedicaron más de una ficción (y más de un artículo) a los asuntos deportivos en sus libros (y, al hilo de ello, convendría no olvidar El secreto de sus ojos de Campanella: memorable la película y la escena en la que se busca a un personaje en el estadio de fútbol porque alguien afirma, grosso modo, que uno puede cambiar de profesión, de amigos, de mujer pero nunca del amor por un club).

En la tradición anglosajona diversas modalidades deportivas abren un espacio feraz entre sus autores; el golf, el tenis, el rugbi, las carreras de caballos, el baloncesto, el béisbol, el críquet, el boxeo aparecen como una cotidianidad asumida, que forma parte de la vida de los personajes. En el caso de Estados Unidos acaso se deba a que la breve historia de la actual nación americana, tenga que rellenarse con los mitos que uno tenga a mano, desde Joe di Maggio a Michel Jordan o, en otros campos, desde Marilyn Monroe a Humphrey Bogart: a la postre, una historia construida sobre esos mitos siempre será menos sangrienta que la establecida sobre militares, aunque los estadounidenses no desprecien a McArthur o a Rambo, si hace falta. Recuerdo ahora una excelente novela titulada Correr de Jean Echenoz que se mueve entre el reportaje y la ficción sosteniéndose en la biografía de Zatopek. ¿Por qué deportistas españoles de categoría mundial apenas encuentran un humilde hueco en algún que otro párrafo? En el imaginario estadounidense, Nadal, Gasol, Mengual, Indurain, Beitia, Bahamontes, Timoner, Tarrés, Ocaña (la vida de Luis Ocaña se presta a la fabulación: sus orígenes españoles, su emigración a Francia, sus posturas políticas tan radicalmente conservadoras, su categoría como corredor, su suicidio), Ángel Nieto, Arantxa Sánchez Vicario, Mireia Belmonte y bastantes más, aparecerían en reportajes, relatos o novelas como la sensacional Submundo de Don DeLillo, más de mil páginas cuyo hilo conductor es una humilde pelota de béisbol que en los primeros párrafos sale despedida por encima de los muros del estadio. En este país, más bien, se tiende a que un periodista urda la biografía/hagiografía de un deportista que no pasa de los 25 años: la pasta es la pasta. En los numerosos programas de la televisión dedicados a las casas de empeño estadounidenses no es infrecuente ver aparecer a alguien más o menos desesperado que trata de vender una camiseta de un beisbolista, de un jugador de rugbi o de un baloncestista, firmada por su antiguo dueño, o un bate de béisbol o unos guantes de boxeo que pertenecieron a un sparring (de momento no hay una palabra en español que sustituya a ese anglicismo de forma solvente) Muhammad Alí: se desprenden de esas pertenencias con melancolía, piden por ellas una cantidad desorbitada y, después de una negociación leve y estricta, se van a su casa con un miserable fajo de billetes y sin la fortuna que creían que podría valer esa prenda, cuya veracidad ha sido avalada por un experto porque en dichos programas televisivos (pérfidamente numerosos, como los de gastronomía, viajes y venta o arreglo de casas o islas paradisíacas pobladas de imbéciles en pelotas) uno descubre que en EEUU hay uno o varios expertos para lo que sea, para cualquier mercancía que se lleve a una casa de empeños, sea de la índole que sea. Pero a lo que íbamos: el deporte, en general, ha sido visto por los intelectuales españoles como algo alienante que sólo puede afectar a un pueblo inculto; cierto que hay excepciones: Javier Marías, Garci, Juan Cruz, Vázquez Montalbán y tantos otros llenan (o llenaron ayer) hoy páginas de los periódicos, no solo deportivos, con sus artículos acerca del fútbol y resulta extraño que un deporte que ya trasciende el ámbito meramente deportivo y que se ha convertido en un negocio que mueve miles de millones de euros y en el que, como se ha descubierto recientemente, existe un fraude más que probado en los estamentos de la FIFA, no aparezca en las novelas de los escritores españoles como una manera de corrupción, más que de forma tangencial y anecdótica. Lo que Chirbes hizo en varias novelas con los constructores, bien podría hacerse hoy con siniestros personajes como Villar, sin ir más lejos, o la mayoría de los presidentes de los clubes más poderosos. Florentino Pérez, Rosell, Del Nido, Lopera y algunos ya fallecidos, darían un juego bastante eficaz en una narración. Ellos y los representantes de los futbolistas.

En muchas novelas estadounidenses (y no es más que una opinión seguramente errónea), deportistas como los citados más arriba, de una forma u otra aparecerían en las ficciones y, acaso, protagonizarían alguna de ellas. Cito de memoria una frase de Ribeyro en uno de sus maravillosos relatos: Quien no ha sufrido una tristeza deportiva, no ha conocido la tristeza. Así de importante es para algunos el deporte, una religión que en ocasiones exalta y pone al ser humano en los límites de la bestialidad, que a veces consuela y alegra y algunas otras entristece. Ya ven, como el amor, según dicen.