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Ánxel Vence.

Crónicas galantes

Ánxel Vence

Millonarios, con perdón

Un español de A Coruña, gallego por elección, acaba de encaramarse al primer puesto en el podio de los hombres más ricos del mundo. Amancio Ortega ha alcanzado ese liderato financiero en competencia con gentes tan principales como Bill Gates, fundador de Microsoft; Jeff Bezos, Mark Zuckerberg y demás miembros de la nueva aristocracia cibernética. Y lo ha hecho vendiendo ropa, detalle que acaso suponga una rareza en la moderna economía del bit y el microchip.

El de Ortega no es dinero viejo del que se va multiplicando por herencia, sino el producto de una idea empresarial que le ha hecho multimillonario a partir de cero en apenas tres décadas. Sin más que socializar el mercado de la vestimenta mediante su distribución masiva a buen precio, el inventor de Zara y otras marcas ha ido colonizando con sus tiendas las calles comerciales de medio mundo.

No es pequeño mérito el de venderles ropa hasta a los mismísimos chinos, pero quizá resulte aún más notable la circunstancia de hacerlo desde una industria con sede en un pequeño pueblo coruñés. Construir un gigante como Inditex en el entorno de una Galicia geográficamente remota y apartada de las grandes rutas mercantiles es suceso que bien podría calificarse de portentoso.

Mucho es de temer, sin embargo, que la ascensión de Ortega a la cúspide de la riqueza mundial tasada por Forbes vaya a traerle más disgustos que alegrías en una España donde los ricos han sido históricamente malmirados, incluso antes de que Pablo Iglesias se pusiera a exorcizarlos.

Por más que Francisco de Quevedo cantase sus glorias en un famoso soneto, el dinero no deja de ser para los españoles un motivo habitual de sospecha: sobre todo, el que se gana con una industria. A lo sumo, se le puede perdonar su fortuna al que la haya adquirido en las quinielas o mediante cualquier otro procedimiento azaroso que no exija el concurso de la imaginación y del trabajo. Los demás, algo (malo) habrán hecho para conseguirla.

Quizá influyese en esta singular actitud la observancia del precepto que considera el trabajo una maldición. O, peor aún, la del pasaje de la Biblia en el que se denigra a los ricos bajo la creencia de que antes entrará un camello por el ojo de una aguja que un millonario en el reino de los cielos. Casualidad o no, los países católicos que profesan esta desconfianza del dinero son, en general, los que menor poder financiero tienen.

Todo lo contrario ocurre en los países protestantes que, según Max Weber, crearon su propia ética capitalista del trabajo bajo el principio de que la riqueza honradamente adquirida es signo de santidad. Tan extraña idea sería el origen de la prosperidad de Alemania, Estados Unidos, Escandinavia y muchos otros países de confesión mayormente luterana. E incluso la de China, que no paró de crecer desde que los líderes del Partido Comunista establecieron como verdad oficial el lema: "Enriquecerse es glorioso". Efectivamente, el PIB les fue de gloria a partir de aquello.

Para su desgracia, Amancio Ortega no es alemán o siquiera chino: circunstancias que le habrían convertido en una especie de héroe nacional tras alcanzar la primacía entre todos los millonarios del mundo. Aquí, como mucho, podrá aspirar a que le perdonen su facilidad para hacer dinero sin el disculpable recurso a la lotería.

stylename="070_TXT_inf_01">anxelvence@gmail.com

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