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Joaquín Rábago.

Indecencias

Resultaba sencillamente indecente ver cómo la internacional conservadora europea aplaudía esta semana en la capital española al presidente de un gobierno con la segunda tasa de paro juvenil más alta de Europa, e incluso levantaba su brazo como si se tratara de un campeón.

Indecente, ver cómo el así vitoreado sacaba pecho y se felicitaba de los últimos datos del desempleo en España que, por mucho que los adorne el Gobierno, no pueden ocultar la caída en más de 100.000 personas de la población activa debido al abandono desesperado de muchos, sobre todo mujeres, de la búsqueda de trabajo y por la emigración de otros, en especial jóvenes universitarios.

Resultaba indecente que se aplaudiese con tal entusiasmo al presidente de un gobierno durante cuya legislatura han aumentado hasta límites intolerables los salarios ya no bajos, sino en muchos casos deleznables, y el precariado.

Indecentes también los aplausos de los reunidos en Madrid a un jefe de Gobierno como el húngaro Viktor Orban que, como si su país estuviese defendiendo una vez más a la Europa cristiana del imperio otomano, se refirió a la inmigración de un "proceso descontrolado", que parece "un ejército" e incluye a inmigrantes económicos, refugiados e incluso a combatientes extranjeros, capaz de "desestabilizar" al continente.

Resulta indecente porque lo que ninguno de esos líderes dijo es que entre las causas de esa inmigración masiva que de repente tanto nos asusta están no solo guerras a cuyo estallido o propagación no somos ajenos, sino también la miseria económica -otra forma de violencia- debida a la explotación de los recursos de muchos de esos pueblos.

Resulta demagógicamente indecente que el jefe de un Gobierno xenófobo que encarna lo peor de Europa como el húngaro Viktor Orban, a quien Bruselas debería haber hace tiempo sancionado, se permitiera denunciar la agenda de la izquierda europea, "que apoya la inmigración, importa futuros votantes de izquierda en Europa (?) y sueña con una sociedad sin valores, sin naciones".

Como es indecente la acogida brindada a políticos como el exjefe del Gobierno italiano Silvio Berlusconi, o al expresidente francés Nicolas Sarkozy, ninguno de los dos "trigo limpio", para utilizar la expresión empleada por el arzobispo de Valencia para referirse a los refugiado, cuando ambos se han enfrentado a procesos por corrupción.

Y tiene, sin embargo, todo el sentido que a ese espectáculo asistiese triunfal la canciller federal alemana, Angela Merkel, la líder del país que ha impuesto a sus socios europeos una durísima agenda de recortes sociales y que considera con razón a nuestro Mariano Rajoy, saludado por todos sus colegas como un campeón, su discípulo más disciplinado y obediente.

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