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Ánxel Vence.

Crónicas galantes

Ánxel Vence

El trabajo está sobrevalorado

Una norteamericana de Buffalo atrae estos días la atención de las televisiones por su desmedida afición al curro. A sus cien años de edad, Filomena Rotundo trabaja once horas al día, de lunes a sábado. Lleva faenando desde los quince, de modo que se ha enviciado con el trabajo y ya no sabe hacer otra cosa, aunque Filomena atribuya su longevidad precisamente al hecho de descansar tan solo en domingo.

La idea de que el trabajo es salud está francamente sobrevalorada, diga lo que diga la señora Rotundo. Probablemente no la compartan, por ejemplo, los mil japoneses que cada año mueren víctimas del "karoshi", nombre que por aquellas tierras de Oriente dan a la costumbre de morir reventados a causa del exceso de faena.

Tan grave es la adicción de los nipones al trabajo que su gobierno les ha obligado -por decreto- a tomarse cuando menos cinco días de vacaciones al año, antes de que la mortandad laboral vaya en aumento. La mayoría de ellos dedican tanto tiempo al vicio de trabajar que ni tiempo les queda para coger una libranza.

Japón se lleva la fama, aunque lo cierto es que también cardan esa lana en China, en Taiwan e incluso en la occidental Francia, donde cierta empresa de telecomunicación tuvo que organizar cursos de prevención del suicidio. Ya fuese por abuso de faena, ya por cualquier otra razón vinculada a la actividad laboral, los suicidas llegaron a mermar en hasta veinte trabajadores al año la plantilla de esa industria.

Aunque la incansable y acaso atea ancianita de Buffalo parezca ignorarlo, el trabajo fue severamente reprobado ya en su día por los redactores del Antiguo Testamento. El Edén no era, a fin de cuentas, otra cosa que un lugar poblado por rentistas en el que nadie daba palo al agua. Expulsados Adán y Eva de tan placentero lugar, sus infortunados descendientes cargamos desde entonces con la condena a ganarnos el pan doblando el lomo que el Supremo nos propinó en una penosa sentencia.

Por si ello fuera poco, la crisis ha cambiado la pésima imagen del empleo, incluso en los sabios países del sur de Europa que gozan fama -algo exagerada- de inclinarse más al ocio que a la faena. Ya no es así.

La antigua maldición bíblica del trabajo pasó a convertirse, con la recesión, en una deseada y hasta bendita carga para los millones de parados que carecen de ella. Tanto da si en la antaño perezosa España o en el Japón donde la gente se muere -literalmente- por trabajar, la escasez de empleo ha alumbrado la figura del "workalcoholic" o alcohólico del curro. Un nuevo tipo de psicópata, por así decirlo, que se caracteriza por la afición a emborracharse de horas extras.

El Gobierno de Japón ya se ha visto obligado a tomar medidas contra esta pandemia; pero no parece que los demás estén dispuestos a imitarlo. Lo lógico sería que las autoridades sanitarias colocasen a la entrada de fábricas y oficinas un aviso similar a las esquelas que orlan las cajetillas de tabaco, con avisos tales que "El exceso de trabajo daña la salud", "El trabajo causa hernias" o "El trabajo puede matar"; pero qué va.

Por letales que sean a veces los efectos de la faena, los gobiernos parecen considerar que la economía -y no la salud- es lo primero.

Así se explicaría la difusión que dan en la tele a casos sin duda patológicos como el de esa centenaria de Buffalo que se jacta de trabajar 72 horas a la semana. Y aún la pondrán como ejemplo.

stylename="070_TXT_inf_01">anxelvence@gmail.com

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