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José Manuel Ponte

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José Manuel Ponte

Enterrar a los reyes

Mientras el calendario se deshoja velozmente camino de la fiesta de Todos los Santos, leo en un periódico que los responsables de Patrimonio del Estado estudian la ampliación del mausoleo de los reyes en el monasterio del Escorial. Al parecer, entre Austrias y Borbones las tumbas se han ido llenando y solo quedan libres dos plazas que han de ocupar los restos del conde de Barcelona y de su esposa doña María, una vez cumplan la preceptiva estancia de 25 años en el pudridero.

Don Juan de Borbón nunca llegó a reinar, pero su hijo Juan Carlos dispuso que fuera enterrado allí tal y como sucedió con el resto de reyes españoles desde Carlos I de España y V de Alemania, una vez su hijo Felipe II concluyese parcialmente las obras del célebre monasterio. Los únicos monarcas que se libraron de ser alojados en tan tétrico lugar fueron Felipe V, el primer Borbón, que está enterrado en el mucho más atractivo palacio de la Granja, al pie de la sierra segoviana; y Fernando VI y su esposa Bárbara de Braganza, que lo están en el madrileño convento de las Salesas Reales, un recinto escogido por Franco para celebrar su victoria en la Guerra Civil. Ahora corresponde a Felipe VI decidir la ampliación del mausoleo mediante la construcción de otro anexo de parecido tamaño o dejar a criterio de sus sucesores (si la república no llega antes) el lugar donde ser enterrados.

Su padre, el actual rey emérito, tenía aversión a tratar el tema y en más de una ocasión le reprochó a los periodistas que estuviesen esperando a verlo metido en un ataúd, mientras él sufría aquella larga serie de enfermedades, roturas de huesos y operaciones que lo llevaron a abdicar ("Me queréis ver con un pino clavado en la barriga", dijo, como si en vez de un rey fuera la reencarnación del conde Drácula). Y algo parecido sucede con la reina Sofía, que siempre manifestó su preferencia a ser enterrada en los jardines del palacio de la Zarzuela o ser incinerada para que sus cenizas fueran esparcidas por el mar Egeo en su Grecia natal.

La idea de centralizar en un mismo lugar los enterramientos de los reyes del linaje de los Austrias y de los Borbones, seguramente tiene mucho que ver con la concepción absolutista del Estado que tuvieron todos los monarcas anteriores a la Constitución de 1978 (de hecho, Juan Carlos I, que transitó de la monarquía franquista a la parlamentaria, gozó un tiempo de algunos de esos atributos). Y posiblemente la ciudadanía prefiriese que los restos de los numerosos reyes que tuvimos (incluidos los visigodos, los de la Reconquista y los moros) se distribuyesen equitativamente por todo el país como atractivo turístico. Sería mejor esa solución que mantenerlos a todos juntos en esa estancia octogonal de marmórea estructura que provoca claustrofobia. Al menos, esa fue la sensación de agobio que yo tuve la única vez que fui de visita. Da la impresión de que todo el peso de la ingente mole de piedra del monasterio gravita sobre ese lugar. Y nada más entrar apetece salir de allí corriendo. Bien sé que después de morir uno no se entera de nada, pero...

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