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El meollo

La medalla de Franco

El meollo de la cuestión está en saber en qué guindo ha estado viviendo la concejala nacionalista Carmen Fouces, presidenta de la Comisión de Bienestar Social, Educación y Cultura del Ayuntamiento, como para enterarse ayer como quien dice de que Franco fue distinguido con la medalla de oro de la ciudad en el año 1944. ¡Vaiche boa!

A ver si nos aclaramos de una vez: Franco no recibió en aquel tiempo la medalla de oro de Pontevedra, sino la medalla de oro de todas las ciudades y los pueblos de España. Fue homenajeado mil veces y distinguido con todos los títulos habidos y por haber. Dio nombre a todas las calles y avenidas que quiso por estos confines. Amasó la fortuna que acaba de documentar el historiador Ángel Viñas. Y no entró ni salió de las iglesias y catedrales como cualquier mortal, sino bajo palio?.

Carmen Fouces desconocía que Franco recibió la medalla de oro de la ciudad de Pontevedra en un acto entusiasta porque no lee FARO y porque no pisa el Archivo Municipal. Lo segundo resulta mucho peor que lo primero.

No hace mucho tiempo que publicamos en estas páginas sendas crónicas sobre las medallas de oro y plata de la ciudad, y también sobre los hijos adoptivos y predilectos, donde hay para dar y tomar. Pero el sabio refrán castellano ya dice que no hay peor ciego que el que no quiere ver, ni leer añadiría yo, y no vale la pena decir nada más.

Lo de no leer FARO se comprende muy bien; pero lo de no pisar el Archivo Municipal tiene delito por parte de quien ostenta la presidencia de la Comisión de Bienestar, Educación Y Cultura. Por favor, que alguien comunique a Carme Fouces, y de paso al alcalde Lores, y si mi apuran también a toda la corporación, gobierno y oposición, que el Archivo Municipal se encuentra en un estado higiénico deplorable.

La situación general del Archivo Municipal en las catacumbas del viejo Ayuntamiento constituye una vergüenza para la memoria histórica de esta ciudad de premio. No aguantaría una inspección sanitaria, y en caso de hacerse no habría otro remedio que declararse su clausura.

Esa simple visita de Carmen Fouces habría bastado para que su eficiente personal pusiera a su disposición en un minuto escaso el acta correspondiente a aquella sesión solemne de 27 de agosto de 1944 que tanto trabajo ha costado localizar y documentar supuestamente.

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