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José Manuel Ponte

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José Manuel Ponte

Contaminación y propaganda

Hace cincuenta años, un B-52 norteamericano con base en Carolina del Norte, y cuatro bombas termonucleares a bordo, estaba siendo repostado en vuelo sobre territorio español por un avión cisterna, también norteamericano, con base estable en Zaragoza. Durante la maniobra, las dos aeronaves chocaron entre sí y acabaron estrellándose en la costa de Almería. Los cuatro tripulantes del avión cisterna fallecieron en el acto y solo tres de los siete tripulantes del B-52 pudieron salvar la vida saltando en paracaídas.

Tres de las bombas cayeron en tierra (dos en paracaídas) y fueron localizadas muy pronto, y la cuarta cayó en el mar y fue rescatada varios días después gracias a un pescador que ha pasado a la historia como "Paco el de la bomba". El accidente produjo conmoción mundial y puso de manifiesto los tremendos peligros a que estaba expuesta la humanidad por culpa del delirante despliegue armamentístico que supuso la Guerra Fría. De hecho, el B-52 siniestrado formaba parte de un dispositivo militar contra la Unión Soviética que obligaba a mantener permanentemente en el aire a 340 superfortalezas volantes, cada una con cuatro bombas termonucleares a bordo y una potencia destructiva más de mil veces superior a la de la lanzada sobre Hiroshima. Ni que decir tiene que tanto el gobierno de Washington como el gobierno del general Franco hicieron lo posible para quitar importancia al incidente y mantener desinformada a la población. Y en esa tarea destacó especialmente Manuel Fraga Iribarne, que era entonces ministro de propaganda del régimen bajo la eufemística denominación de ministro de Información y Turismo.

El señor Fraga se desplazó a Almería dos meses después de la caída de las bombas y se bañó en una playa de Palomares en compañía del embajador norteamericano para dar idea de que no existía peligro para la salud. Todos los que teníamos algún entendimiento pudimos ver, en el NODO y en la Televisión Única, a Fraga chapoteando en el agua, bien cubiertas sus vergüenzas (pocas o muchas) con un amplísimo traje de baño del estilo llamado Meyba, aquel que había sustituido al tarzanesco y mucho más provocativo taparrabos de lanilla. Pasados cincuenta años, no hay constancia de que la playa donde se bañó Fraga con su comitiva fuera propiamente aquella en la que cayeron las bombas. Y tampoco hay constancia de que los efectos perniciosos del accidente nuclear fueran puestos en conocimiento de las poblaciones afectadas, pese a que no faltan estudios de organizaciones ecologistas en los que se señala que en el área de Palomares hay registrada más contaminación que en los alrededores de Chernóbil, exceptuando claro está el lugar donde se encontraba el reactor nuclear. Lo malo que tiene la política de sistemática ocultación es que desata toda clase de suspicacias y abona los infundios. No obstante, cabe deducir que en este caso hay muchos datos que no se han sacado a la luz.

Y tampoco es muy normal que, al cabo de cincuenta años, el secretario de Estado norteamericano haya venido a Madrid para firmar con el ministro de Asuntos Exteriores una "declaración de intenciones" para retirar la tierra que aún permanece contaminada "tan pronto como sea posible". Es decir, sin especificar plazos, cuantía y reparto de costos de la operación. Trato de colonia.

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