Los analistas que estudian la vertiginosa ascensión de Ciudadanos en las preferencias del electorado parecen haber encontrado la razón de su éxito: se trata de una formación política que "no da miedo". Al parecer, el electorado español tenía dos grandes obsesiones. De una parte, encontrar la forma de rebajar (sin eliminarlo) el poder de los dos grandes partidos nacionales, PP y PSOE, embadurnados de corrupción hasta las cejas tras muchos años de alternancia en la gobernación del Estado. Y de otra, poner coto, desde dentro, a las aspiraciones secesionistas surgidas en Cataluña. El objetivo final estaba bastante claro, pero el instrumento político para alcanzarlo no existía, o no estaba a la vista.

En un primer momento, la solución parecía haberse encontrado en Podemos, un partido creado en la Facultad de Políticas de la Universidad Complutense, y luego lanzado al estrellato desde dos cadenas de televisión (Intereconomía y la Sexta) cuyos propietarios no son precisamente de extrema izquierda. La irrupción de Podemos en el escenario político fue espectacular. En las elecciones europeas consiguió cinco escaños contra todo pronóstico y se convirtió enseguida en el referente de una amplia masa de electores desencantados del bipartidismo. Y tanta fue la conmoción política y la sensación de que el sistema nacido de la Transición se estaba viniendo abajo por momentos, que apenas ocho días después del éxito electoral del partido de Pablo Iglesias (25 de mayo de 2014) se produce el anuncio de la abdicación de Juan Carlos I (2 de junio de 2014) y la subida al trono de su hijo Felipe VI.

La euforia de los podemitas, que aparecían por miles, fue a más y en su primer congreso celebrado en la plaza de toros de Vistalegre en Madrid, hace ahora un año, un Iglesias en éxtasis tomó prestada de Marx una frase ("el cielo no se toma por consenso, sino por asalto") para resumir sus aspiraciones de poder y la urgencia de realizarlas muy pronto. Lo malo del asunto es que hacer revoluciones sociales por la vía lenta del parlamentarismo en países con una estructura financiera capitalista, resulta complicado. En esos países, los capitalistas controlan casi todos los instrumentos del poder y los manejan con habilidad. Como es lógico, la presión sobre Podemos se dejó sentir enseguida, y no le valió de nada a Iglesias dejarse fotografiar con el embajador norteamericano delante de dos grandes banderas de España y Estados Unidos para mitigar la imagen de radicalismo político que empezaron a atribuirle. Ni tampoco el uso de un lenguaje moderado y conciliador, ni la ocultación de referencias a la lucha de clases bajo el eufemismo de "los de arriba y los de abajo".

Las propuestas de Podemos parecen sacadas de un manual de la antigua socialdemocracia y no deberían de asustar a nadie. Pero da lo mismo, cualquier petición de contenido social empieza a considerarse peligrosamente subversiva. Y en esas estábamos hasta que la mercadotecnia descubrió la alternativa de Ciudadanos, un partido de centro-derecha nacido en Cataluña pero opuesto a la secesión, con un programa económico tan o más liberal que el del PP, y muchas caras guapas y aspecto de no haber roto nunca un plato en su dirigencia. Y este sí que no da miedo.