El curso ha comenzado en Galicia y en España con no pocas novedades y muchos retos por solucionar. Un nuevo conselleiro y otro ministro rigen ahora los destinos de la Educación. La Universidad acaba de cerrar un nuevo plan de financiación, decepcionante en algunos aspectos, por cierto, y tiempo habrá de abordarlo. La polémica Ley Orgánica para la Mejora de la Calidad Educativa (LOMCE) comienza a aplicarse ya en toda la Primaria, en primero y tercero de Secundaria, y en primero de Bachillerato, además de la FP Básica. Y como problema de fondo, el triste honor de seguir encabezando la lista de países con mayores índices de abandono escolar temprano, de "ninis" y de alumnos repetidores, así como de figurar muy por debajo del promedio en rendimiento general. Incluso en los alumnos más brillantes, nuestro porcentaje es aún más bajo. El último informe de la OCDE presentado hace dos semanas, así lo constata. Suficientes motivos para abrir de una vez por todas una nueva época en la que la educación deje de estar sometida a los vaivenes políticos y persiga de una vez la excelencia.

La educación ha alcanzado tal grado de distorsión que el profesor que suspende mucho antes que tenido por riguroso y exigente acaba convertido en sospechoso de no saber enseñar. Los estudiantes pasan de curso casi por decreto, da igual los conocimientos que acumulen, porque algunos equiparan tratar de impedirlo con fomentar la desigualdad. Priman los derechos, los mediocres arrinconan a los sobresalientes. A quien reclama responsabilidad y esfuerzo le llueven reproches por antisocial y reaccionario.

Fomentar la cultura del esfuerzo e incrementar la calidad educativa es fundamental para cambiar la situación de la educación en nuestro país. Pero primar la dedicación y el talento no debe significar relegar a los demás, en especial a quienes demandan refuerzos y no los tienen. España debe solucionar retos educativos muy importantes si quiere competir en una economía global con otras armas que no sean los bajos salarios. Uno de los más graves es el de cargar con el mayor índice de abandono escolar temprano de toda la UE. Y no solo eso: una cuarta parte del alumnado deja los estudios antes de concluir la etapa obligatoria. También estamos a la cola en comprensión lectora y matemática de la OCDE y diez millones de adultos tienen una escasa cualificación. Si a ello sumamos que somos el país industrializado con más jóvenes empleados obligatoriamente en "minijobs" por su escasa formación, el panorama no puede resultar más desazonador.

Se hace apremiante inculcar en alumnos y profesores la pasión por aprender, y hacer lo mismo con la sociedad en su conjunto. No hay otro camino. El abandono escolar puede ser tan nocivo o más que la falta de excelencia y competencia de nuestros alumnos y docentes. La deserción de las aulas, y como consecuencia de ello la baja cualificación en general de los estudiantes, es un enorme lastre para el futuro de un país si quiere progresar en un mundo sin fronteras. "Deberíamos abrir una época dorada de la educación: para no quedar expulsados de la realidad en este nuevo entorno tan cambiante, en el que no basta con aprender un oficio para toda la vida, vamos a tener que aprender constantemente". La aseveración del filósofo y experto en educación, José Antonio Marina, no puede resultar más clarividente del camino a seguir para no quedar marginados.

El panorama dista mucho de resultar idílico. Todos los responsables del ramo estrenan la cartera cargados de buenas intenciones y con objetivos irreprochables. En la práctica la mayoría sucumbe al sectarismo y la politización que persigue a una enseñanza en la que hasta los simples consejos escolares de cada centro acaban convertidos en un reflejo de la polarización y las pugnas ideológicas. Así nos luce el pelo, con siete leyes educativas en treinta años, cada reforma rebajando el listón académico de la anterior y las autonomías desleales usando los libros de texto para el adoctrinamiento. Un estudiante japonés de Secundaria sabe lo mismo que un universitario español, según la OCDE.

En una reciente entrevista en FARO, el nuevo conselleiro de Educación, Román Rodríguez, confía en que la Lomce permitirá evaluar el sistema educativo para conocer sus fortalezas pero en especial para corregir sus debilidades. Está bien saber qué resultados da la nueva norma, pero lo que nadie duda hoy es que la sociedad demanda consenso en materias esenciales y un rápido cambio de rumbo educativo.

El modelo pedagógico cambia a marchas aceleradas. Los objetivos para Galicia ya no pueden ser idénticos a los de hace una decena de años cuando la reivindicación era construir colegios y aumentar la dotación de medios, dando por sentado que las reclamaciones materiales por sí mismas iban a traer parejos avances formativos. Los competidores progresan y se multiplican. Países asiáticos que modernizaron en tiempo récord sus patrones educativos, como Singapur, Taiwán y Corea del Sur, han protagonizado un ascenso meteórico en las clasificaciones de renta per cápita.

Hay que preparar personas capaces de moverse con soltura por el mundo, predispuestas a la adaptación y a los cambios instantáneos, a la innovación permanente, a reaccionar ante adversidades imprevisibles y a hacerse dueñas desde bien temprano de su destino. En esa misión el dominio de idiomas extranjeros resulta imprescindible. En este curso ya hay en Galicia 275 colegios trilingües de un total de 1.300, con el objetivo de impartir un tercio de las clases en cada uno de los tres idiomas. Habrá que someterlos a examen para comprobar su grado de éxito y empezar la rendición de cuentas.

Aunque esté mejor que algunas comunidades, la enseñanza gallega necesita de un estirón. Por detrás de Cantabria, es la que tiene el mejor ratio profesor-alumno, con 10,3 estudiantes por docente y logró rebajar el abandono educativo temprano hasta su tasa más baja: un 16,4% de los estudiantes no completa la Secundaria Obligatoria. Pero queda muchísimo por hacer. Es importante otorgar socialmente al profesor un valor acorde a la importancia de su papel, porque también ellos se enfrentan a retos y cambios. La FP ha mejorado mucho en los últimos años, y la matrícula se ha incrementado con más estudiantes en esta rama que en Bachillerato. La enseñanza dual, un sistema instalado en Alemania, va despacio porque las empresas se resisten a contratar al alumnado, salvo excepciones.

La lucha contra la corrupción, contra el acoso y la violencia doméstica, contra el insulto y el mal uso de las redes sociales, contra el consumo de alcohol y drogas, las campañas por una buena alimentación, por la seguridad vial o por el emprendimiento tienen que empezar en la escuela. Una buena instrucción no solo moldea ciudadanos mejores, críticos e independientes, sino que multiplica sus oportunidades. No habrá renacimiento ni relanzamiento si la enseñanza no acomete el giro radical que el sentido común aconseja llegados a este punto. A sus responsables les espera una faena apasionante y decisiva si de verdad aterrizan dispuestos a afrontarla. El conocimiento es libertad, sostenía Unamuno. Una educación de calidad hace a los hombres más libres. Los másteres, los títulos profesionales o los grados no proporcionan el bienestar ni la prosperidad, pero ayudan mucho a conseguirlos.