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Joaquín Rábago.

Cultura frente a libre comercio

Publicaba en su último número la revista mensual "Le Monde Diplomatique" un mapa que documentaba los diferentes grados de resistencia europea según los países al Tratado Transatlántico de Libre Comercio e Inversión (TTIP).

De él se deducía que la resistencia es mayor en los países centrales del continente, es decir Alemania y Francia, además de esa vieja democracia que es el Reino Unido, frente al umbral mínimo alcanzado en España, Italia o los escandinavos y la todavía menor movilización en otros como Portugal y las nuevas democracias del Este europeo.

Hay lugares y regiones que se han declarado ya "fuera" de ese tratado como el Consejo Regional de Île de France, que incluye a París, capital de un país que gracias a su enérgica defensa de la llamada "excepción cultural", es decir de su cine y en general su cultura, no parece dispuesto a sucumbir a la dictadura del mercado en ese sector.

Se ha puesto en marcha un movimiento ciudadano bautizado "Stop TTIP" o "Stop TAFTA", según las distintas siglas empleadas para designar lo mismo, que lleva reunidas más de 2,6 millones de firmas contrarias a un acuerdo que, con el pretexto de impulsar el comercio mundial y crear puestos de trabajo -¿de qué calidad?, habría que preguntarse- favorece sobre todo a las grandes multinacionales de ambos lados del Atlántico.

Es cierto que la declaración de una ciudad o un pequeño territorio como zona libre del TTIP carecerá de efectos jurídicos, pues ese tipo de acuerdos, una vez firmados, tienen aplicación a nivel de todo el Estado, pero sí al menos simboliza la resistencia ciudadana al trágala de un acuerdo negociado en secreto entre Washington y Bruselas y en cuya redacción han influido los poderosos lobbies del mundo empresarial.

Uno de los grandes caballos de batalla es la defensa de la cada vez más amenazada cultura europea, preocupación que desgraciadamente no parecen compartir por igual todos los gobiernos del continente.

La cuestión es si la cultura es un bien que es necesario cuidar y fomentar en beneficio de todos o simplemente un negocio que debe regirse como cualquier otro producto por las leyes de la oferta y la demanda.

Se trata sobre todo, y en eso al menos se han volcado hasta ahora los franceses, de proteger el cine europeo frente a las superproducciones, muchas veces de ínfima calidad, de los grandes estudios de Hollywood que llegan a todo el mundo gracias a una poderosa red de distribución que no deja muchas veces espacio para otros productos, ya sean europeos o de los países en desarrollo.

Sobre todo los franceses vieron a tiempo el peligro que las negociaciones suponían para su propia industria cultural y trataron desde el primer momento lograr la exclusión de los productos audiovisuales de las negociaciones transatlánticas.

El Gobierno de París pretende mantener las cuotas reservadas en ese país a las producciones nacionales, pero la importancia creciente de internet, el llamado "streaming" (difusión en continuo) y las futuras tecnologías pueden ofrecer margen para la interpretación del acuerdo que se acabe firmando.

Otro asunto polémico es el precio fijo de los libros, principal caballo de batalla entre los países europeos que como Francia, Alemania o España lo defienden, y la distribuidora estadounidense Amazon, interesada en liberarlo, empezando por el libro electrónico, para poder ofrecer todo tipo de descuentos.

El jurista alemán Hans-Jürgen Blinn, que trabaja en el Ministerio de Cultura del Estado federado de Renania-Palatinado, y que representa a su país en la negociación del TTIP, alerta de que acuerdo ya firmado por Bruselas con Canadá presenta problemas en ese sentido.

Su capítulo de inversiones incluye una definición de las "expectativas de ganancias" a la que podría acogerse a través de su filial canadiense una multinacional como Amazon para rechazar la legislación europea sobre el precio fijo del libro como un "obstáculo" al libre comercio que reduce esas expectativas, con lo que podría demandar a un Estado ante un tribunal especial como los previstos por ese tratado y el que se negocia con EE UU.

Lo mismo podría ocurrir con las subvenciones a los artistas o al teatro, afirma ese jurista mientras que otro profesor de Derecho, Hans-Georg Dederer, citado por Petra Prinzler, autora del libro "Der unfrei Handel" (El comercio no libre. Ed. Rowohlt) considera que los norteamericanos están sobre todo decididos a eliminar de modo consecuente todos los obstáculos al comercio de los productos digitales.

Y ello pese a que la comisaria europea de Comercio, Cecilia Malmström, aseguró por escrito en agosto a la Asociación Bursátil del Libro Alemán que con el TTIP no peligra el precio fijo del libro. Veremos.

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